CADA DÍA SU AFÁN Diario
de León
TIEMPO DE ESPERANZA
Durante estas cuatro
semanas del Adviento preparamos la celebración de la fiesta del nacimiento de
Jesús. Pero no sólo eso. El Adviento resume toda nuestra vida. En este tiempo
se nos invita a redescubrir la virtud de la esperanza. Y a vivir como quienes
están de camino.
En el poema El pórtico del misterio de la segunda virtud, de Charles Péguy, la esperanza asombra al mismo Dios. La niña esperanza camina de la mano de sus dos hermanas mayores: la fe y la caridad. Y el mismo Dios se pregunta si son ellas las que guían a la pequeña o es la esperanza la que arrastra a la fe y a la caridad.
Pablo
VI dijo que “la esperanza debe apoyarse,
sobre todo, en la solidez de nuestras ideas, de nuestra filosofía, de nuestra
concepción de la historia y de la vida; en otras palabras, en la verdad de
nuestra fe. Quien cree, espera”. La fe tiene como
hermana a la esperanza. De alguna forma, creer es proyectarse en el
futuro.
Esperar es tender confiadamente a un futuro en el que se imagina realizable el proyecto humano de ser. Así que la esperanza incluye la itinerancia y el proyecto, la confianza y la humildad, la tenacidad y la paciencia.
La esperanza pertenece a la estructura misma de la vida y a la dinámica del espíritu humano. Cuando la persona vive esperanzada, se afirma a sí misma y afirma el valor de la realidad. Cuando la esperanza se destruye, las respuestas de la persona pueden variar según los tiempos, el espacio y la cultura que la sustenta.
La esperanza cristiana es una virtud teologal, infundida por Dios. Gracias a ella, confiamos alcanzar la vida eterna y contar con los medios necesarios para llegar a ella, apoyados siempre en la omnipotencia y en la misericordia de Dios.
Con frecuencia olvidamos lo que somos y lo que esperamos. La esperanza alienta el camino de la fe, que mientras hace memoria de la pascua del Señor anhela la felicidad del encuentro eterno. Estamos llamados a vivir esperando la manifestación del Señor y la plenitud de su Reino. La esperanza nos exige vivir despiertos, atentos a los signos de los tiempos.
En la eucaristía
repetimos con frecuencia la súplica con que se cierra el libro del Apocalipsis:
“Ven, Señor Jesús”. Tendremos que preguntarnos si de verdad vivimos esperando,
deseando y anticipando la manifestación del Señor. Orar bajo el signo de la
esperanza, no significa manifestar nuestro descontento con la realidad de este
mundo.
Al contrario. Como nos ha
dicho el Concilio Vaticano II, “La espera de una tierra nueva no debe
amortiguar, sino más bien avivar, la preocupación de perfeccionar esta tierra,
donde crece el cuerpo de la nueva familia humana, el cual puede de alguna
manera anticipar un vislumbre del siglo nuevo” (GS 39).
José-Román Flecha Andrés