La fe de los hijos
Rebeca Reynaud
Se
puede observar, en la Misa dominical, a algunas familias que asisten pero están
distraídas u ocupan el último lugar. Incluso se quedan afuera de la puerta de
la iglesia, conversando a ratos, ajenos a que se está llevando a cabo “algo
divino”. Benedicto XVI está convencido de que la crisis de la Iglesia se
debe al descuido de la liturgia.
Se
observan problemas en la transmisión de la fe. ¿A qué se debe? Una de las
consecuencias de ese relegar a Dios es la dificultad creciente de la
transmisión de la fe a través de la catequesis, la escuela, la familia y la
predicación. Estos canales, a duras penas logran desempeñar su papel,
fundamental.
Hay un
verdadero déficit de transmisión de la fe en el seno de las familias
tradicionalmente cristianas. Las razones son múltiples: los ritmos de trabajo,
el hecho de que la madre se aleje del hogar por motivos de trabajo, la
influencia de la televisión, la secularización del tejido social. Cuando los
hijos están en casa, el tiempo exagerado transcurrido ante la computadora, los
videojuegos o la televisión, dejan poco espacio para la comunicación con los
padres.
Juan
Pablo II advierte de este peligro cuando dice que “a menudo se da por descontado
el conocimiento del cristianismo, mientras que, en realidad, se lee y se
estudia poco la Biblia, no siempre se profundiza la catequesis y se acude poco
a los sacramentos. De este modo, en lugar de la fe auténtica se difunde un
sentimiento religioso vago y poco comprometedor, que puede convertirse en
agnosticismo y ateísmo práctico” (Angelus 27
julio 2003).
Efectivamente,
el indiferentismo puede conducir a una huida ante la cuestión última de la
existencia y a la pereza de la conciencia moral. Lo que equivale a con
frecuencia a un ateísmo práctico.
Además,
la inestabilidad creciente de la vida familiar, el aumento de las uniones
civiles y las parejas de hecho, contribuyen a ampliar este proceso. A menudo
los padres facilitan el bautismo y la primera comunión, pero la fe no parece
ejercer influencia alguna en la vida familiar. De ahí la pregunta apremiante:
Si los padres dejan de tener una fe viva, ¿qué transmitirán a sus hijos en un
ambiente indiferente a los valores del Evangelio y casi sordo al anuncio de su
mensaje de salvación?
A
menudo falta, en los padres de familia, la experiencia de la fe vivida, que
exige una relación personal y viva con Jesucristo. Los ritos cristianos se
realizan, pero con frecuencia se perciben únicamente en su dimensión cultural.
La
ignorancia es una de las causas de la indiferencia religiosa. Siempre es buen
momento para enseñar, como lo muestran los Evangelios, que presentan a Jesús
dedicado a hacerlo durante la mayor parte de su vida pública. La ignorancia de
los contenidos esenciales de la fe favorece el crecimiento de las sectas, la
inclinación hacia lo esotérico, el espiritismo, la brujería y la multiplicación
de los falsos profetas.
Joseph
Ratzinger es un gran defensor de la razón. El problema actual es un problema de
falta de razón, más que de falta de fe. La razón puede impedir que la religión
degenere en fanatismo, fideísmo. Si funcionamos por obediencia ciega, algo está
fallando, Hace falta esa circularidad entre fe y razón. No sólo hay que rezar,
hay que pensar. Un pensador actual decía: “Hay que atreverse a pensar y a
seguir pensando”.
El
pensamiento ecológico de Benedicto XVI se basa en el dogma de la creación.
Habría que conocer al dedillo lo que elCatecismo
de la Iglesia Católica y su Compendio dicen
de la creación, además de la lectura atenta de la Biblia, ya que todo esto
ayuda a profundizar los contenidos de la fe.
Para
evangelizar tenemos dos medios: La belleza del arte cristiano y la belleza de
la vida de los santos (que entre nos es el principal agente de evangelización). La
belleza es una vía privilegiada para acercar a los hombres a Dios y saciar su
sed espiritual. Hay que organizar iniciativas que favorezcan la experiencia
artística, como la visita a museos, los conciertos de música sacra y los círculos
de literatura y de arte. Un teólogo que no tenga sensibilidad estética, es
un teólogo peligroso, dice el Papa, porque puede llegar a conclusiones alejadas
de la realidad. El Papa siempre tiene tiempo para tocar el piano.
No se
trata de hacer la guerra contra nada, sino proponer una belleza auténticamente
cristiana. Es importante dar testimonio de la belleza que supone ser
amados por Dios. Es vital conocer a Dios y amarlo porque está en juego la
felicidad personal y familiar. Y es prometedor dar alegrías a Dios, y se le dan
cuando ve en nosotros empeño por ser santos, ya que, un santo importa a Dios
más que cientos o miles de tibios.
Para
más información, leer: Consejo Pontificio de la Cultura, “¿Dónde está
tu Dios? La fe cristiana ante la increencia religiosa”. www.vatican.va