Deseamos ser felices a toda costa
Martha Morales
Queremos ser felices y toda nuestra actividad se encamina a
conseguirlo, pero no podemos ser felices al margen de Dios.
Siempre hemos tratado de hacer las cosas bien a pesar de los tropiezos
y equivocaciones. El Señor nos ha dado inteligencia para que busquemos y
encontremos la Ley, no tenemos la libertad de inventarla. Preguntamos a las
personas qué opinan de esto o de lo otro. También hay que preguntarle a Jesús
qué quiere y pedirle nos haga ver su voluntad.
Un experto en matrimonio expone: “La genealogía de la persona
es la genealogía de su libertad, esto es de su capacidad de amar, esto es, de
hacerse don de sí. Dice la Carta a las
Familias: ‘¿Quién puede negar que la nuestra sea una época de gran crisis,
que se manifiesta ante todo como profunda "crisis de la verdad?"
Crisis de la verdad, significa en primer lugar, crisis de los conceptos’.
(13,5). Y son precisamente aquellos conceptos los que han entrado en crisis”.
La persona humana encuentra su cuna, no solo
biológica sino espiritual, en la comunidad de la familia. Santo Tomás habla de
la necesidad para el hombre, no sólo de un útero físico para su desarrollo,
sino también de un útero espiritual, constituido por la comunión conyugal de
los padres.
¿Cuál es la razón profunda de este nexo entre
familia y genealogía de la persona? se da un nexo, de derecho inseparable,
entre el ejercicio de la sexualidad, amor conyugal y procreación de una nueva
persona. La percepción de este nexo tiene una importancia decisiva para
comprender toda la doctrina del matrimonio.
En el ser-hombre y en el ser-mujer está
inscrito un significado que no pertenece a la libertad de inventar, sino sólo a
la de descubrir e interpretar en la verdad. La masculinidad y la femineidad son
un lenguaje dotado de un significado originario. No son un dato puramente
biológico apto para recibir cualquier sentido que la libertad decida
atribuirle. ¿Cuál es este significado? Es el don total de sí al otro. El lenguaje
de la masculinidad / femineidad es el lenguaje del don total. Es lenguaje
intrínsecamente, esencialmente esponsal, conyugal.
Hay un nexo de derecho indeleble entre el ejercicio de la sexualidad y la conyugalidad.
No lo olvidemos: el hombre se sintió solo y
Dios no creó otro hombre. Creó la mujer. Es la posibilidad de una civilización
del don la que es destruida con la anticoncepción al desarraigar la procreación
(y la genealogía) de la persona de la comunidad conyugal y de la actividad
sexual.
El crecimiento de la persona es crecimiento de
su libertad, esto es, de su capacidad de amar, de entregarse a sí misma en la
verdad. La comunidad familiar se construye en dos relaciones interpersonales,
la relación conyugal y la relación parental.
El hombre alcanza su plenitud puesto frente a
la mujer. Es el momento en que se descubre llamado a una comunión, capaz de
realizarla porque está al frente de otra persona. Hay aquí un misterio muy
profundo.
No existe un vínculo de mutua pertenencia más
radical que el de la pertenencia conyugal. No existe un acto de libertad más
grande que el acto con el cual dos esposos se entregan. El hombre que es
concebido, es una persona, única e insustituible en su valor infinito. Cada uno
de nosotros existe porque ha sido pensado y querido por Dios.
Hay quienes dejan a los hijos a “su aire” porque son mayores de 18
años y están solteros. El abandono de hogar es un delito tipificado en la ley.
Se vincula al hecho de marcharse de una casa, dejando solos al resto de los
convivientes. En Derecho se refiere a lo que ocurre cuando un integrante de un
matrimonio se aleja de la residencia compartida sin causa justificada. La ley
establece que la pareja unida por el matrimonio debe desarrollar una convivencia
estable. Si una de las personas se aleja de su casa por un tiempo prolongado y
sin un motivo justificado, estará violando el cumplimiento de uno de sus
deberes matrimoniales y, de este modo, incurriendo en un delito. El asunto se
torna menos malo si se les sostiene económicamente, pero eso no basta.