Democracia, partidos y encuestas

P. Fernando Pascual

2-12-2017

 

La democracia se basa, en muchos Estados, en la existencia de partidos políticos.

 

Algunas personas crean partidos. Los partidos reciben votos. El parlamento está compuesto por miembros o simpatizantes de esos partidos. El gobierno surge desde las mayorías parlamentarias.

 

En este tipo de democracia, el gobierno y los partidos miran continuamente lo que dicen las encuestas y estadísticas. ¿Por qué? Porque, en teoría, reflejan el grado de aceptación o de rechazo de la gente respecto de sus propuestas y decisiones.

 

En este cuadro, resulta fácil que los gobernantes, parlamentarios y partidos estén más preocupados por la popularidad de sus opciones que por la eficacia y justicia de las mismas.

 

Pensemos, por ejemplo, en un aumento de violencia por parte de grupos de inmigrantes. Entre buena parte de la población pueden surgir sentimientos de rechazo hacia esos emigrantes. Las encuestas lo indicarán. Los partidos intuyen que ganarían o perderían votos según se acerquen o alejen a esos sentimientos.

 

Saltan a la vista los peligros de estas situaciones. Un gobernante está llamado a tener, como criterio supremo de sus decisiones, la búsqueda del bien común, de la justicia, de los derechos fundamentales de todos los miembros de la sociedad.

 

Si el gobernante, si los partidos, si los parlamentarios, están pendientes continuamente de lo que dicen las encuestas, en más de una ocasión preferirán leyes y actos de gobierno orientados a contentar a la opinión pública, en vez de decidir según lo que sea realmente bueno y provechoso para la sociedad.

 

No resulta fácil corregir este fenómeno, pero la dificultad no debe apartar a los políticos de su verdadera misión en las democracias: servir a la gente, defender los derechos, promover la convivencia.

 

Lo cual implica, en ocasiones, tomar decisiones impopulares (al menos, eso dicen las encuestas) cuando tales decisiones sean necesarias para promover bienes fundamentales, lo cual es necesario para defender una democracia verdaderamente sana y justa.

 

Tales decisiones, si son presentadas correctamente a la gente, y si consiguen mejorar la vida de las personas, a la larga podrán ser recompensadas no solo por los votos en las elecciones, sino, sobre todo, por la satisfacción que se produce cuando uno sabe que ha cumplido su deber como servidor del bien público.