Enviados de Dios
P. Fernando Pascual
2-12-2017
Hay conversiones gracias a un
encuentro. Una persona vive de modo desordenado, egoísta, injusto, cínico.
Conoce a un auténtico católico. Algo se mueve en su corazón. Empieza el cambio.
Para esa persona, el católico
significó el inicio de nuevas reflexiones. Es posible vivir de otra manera. Hay
belleza en el perdonar y servir desinteresadamente. Hay respeto en quien piensa
de otra manera y sabe ayudar sin imponerse.
Encontrarnos con alguien
bueno, auténtico, sincero, creyente, impresiona. Vemos a ese alguien como un
auténtico enviado de Dios, como una señal viva y concreta del mundo del
Evangelio.
Cristo anunció a sus
discípulos que serían sus testigos hasta los confines de la tierra (cf. Hch 1,8). También hoy discípulos buenos nos
recuerdan el Amor del Padre de las misericordias.
Los enviados de Dios siembran,
en cada época y en tantos lugares del planeta semillas de esperanza y de amor.
El mundo necesita su ejemplo, su palabra, su valentía, su calor.
Surge la pregunta: ¿yo también
puedo ser enviado, testigo? ¿Tengo fuerzas y fe suficientes para llevar la
Buena Noticia a otros? ¿O me asusto cuando percibo mi debilidad y mi
incoherencia, que me impiden llevar a Dios a los otros?
Lo sé: hablar de Dios sin vivir
honestamente es contraproducente, provoca muchas veces daño en quien me
escucha. Por eso necesito abrirme a la misericordia para confesar mi pecado y
convertirme seriamente.
Todos hemos sido hechos para
Dios y necesitamos descubrirle, también con la ayuda de quienes han iniciado
esa maravillosa aventura de la fe y la testimonian, a veces sin darse cuenta,
ante quienes viven a su lado.
Yo también puedo ser uno de
esos enviados de Dios para los demás. Desde la conversión sincera, desde la
acogida de la ayuda de otros, desde la oración continua de la Iglesia por mí y
por todos los hombres, desde el testimonio de quienes me acompañan y me
muestran el rostro maravilloso de Cristo, vivo y cercano también en nuestro
tiempo.