Separarnos o unirnos

P. Fernando Pascual

4-11-2017

 

Son dos fuerzas que acompañan continuamente la historia humana. Una lleva a separarnos, dividirnos, incluso odiarnos. Otra lleva a unirnos, a compartir, a caminar hacia el amor.

 

Esas dos fuerzas explican el fracaso de una matrimonio o su victoria. La división culmina en luchas, rencores y divorcios. El amor, en cambio, lleva a la fidelidad, la armonía y la permanencia.

 

Esas dos fuerzas permiten que un pueblo quede dividido, por culpa de separatismos insolidarios y de intereses partidistas, o que triunfe, cuando ideales buenos y esfuerzos por vivir la justicia promueven unidades sanas.

 

Duele constatar cómo hay personas que generan odios, que promueven divisiones, que impulsan al desprecio hacia los otros. Al revés, da una alegría inmensa ver que existen personas dispuestas incluso al sacrificio con tal de promover la armonía entre los individuos y los pueblos.

 

En un mundo donde el egoísmo sigue presente, donde el individualismo siembra islas insolidarias, donde el revanchismo promueve luchas y separaciones, vale la pena esforzarse por denunciar movimientos que dividen y por promover unidades desde la justicia.

 

Cada ser humano desempeña su papel en la marcha de la historia. Aunque uno parezca pequeño, con su testimonio y con su palabra puede poner diques a los sembradores de discordias, y fomentar ese amor que engendra alegría y concordia.

 

Gracias a los sembradores de unidad, habrá quienes dejen sus miedos y empiecen a arriesgar su vida por ideales que unen. Así no solo serán peones de un mundo más fraterno, sino que abrirán la existencia humana a esa armonía verdadera que se consigue, especialmente, desde la acogida del amor de un Dios que es Padre de todos y que desea que vivamos como hermanos buenos.