ALGO MÁS QUE PALABRAS
SIN HIPOCRESÍAS
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Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
corcoba@telefonica.net
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Con el tiempo uno se va dando cuenta que la hipocresía
se ha adueñado del ser humano. Por ello,
es tan importante desenmascarar ese mundo de apariencias que nos lleva al caos.
Ya está bien de aparentar lo que no somos. Si en verdad actuásemos con
coherencia entre lo que decimos, hacemos y vivimos, todo sería distinto. Hemos
perdido la vergüenza. El persistente sufrimiento que padecen los niños a causa
de los múltiples conflictos en todo el mundo, es un claro testimonio de esa
falta de autenticidad de los adultos. La situación no puede ser más
incoherente. Vemos grupos armados que les obligan a actuar como terroristas
suicidas, a menores estigmatizados tras ser reclutados y usados por grupos
armados, a inocentes imputados por actos que fueron obligados a cometer. Por
desgracia, nos gobierna la permanente falsedad, que la hemos convertido en una
forma de vivir, en un activo de maldad que nos desborda en el momento presente.
Hemos de discernir, pues, y volver a esa verdad interior que es la que nos hace
indagar verdaderamente para poder cambiar; y, por ende, modificar actitudes.
Somos seres en camino y nadie
nos puede impedir avanzar como personas libres hacia el futuro. La vida se nos
ha donado para vivirla, pero de manera respetuosa con lo que nos acompaña y
rodea. De ahí, lo importante de que nadie quede impune por las atrocidades
cometidas. Esta impunidad daña a la sociedad en su conjunto al encubrir la
corrupción, los abusos graves de derechos humanos y muchos otros crímenes. En
consecuencia, tenemos que asegurar que los autores de esa violencia, o siembra
de inhumanidades, rindan cuentas ante la universal justicia. Esto es
prioritario, porque el mundo necesita de las manos de todos para reconstruirse,
pero las relaciones no pueden maquillarse, han de tener como fundamento el amor
hacia el análogo, con lo que esto supone de impulsar la ecuanimidad social para
poder vencer las causas estructurales de las desigualdades y de la pobreza. Dicho
lo cual, ojalá se generalice en verdad la educación, el acceso a la asistencia
sanitaria y el trabajo para todos. Ahora bien, para esto hace falta despojarnos
de dobleces y esas alianzas globales que todos decimos buscar, se conviertan en
algo efectivo hacia ese bien colectivo mundializado.
En efecto, la mundialización es
un hecho al que tenemos que dar respuesta de modo cooperativo y verídico. Si en
verdad queremos mejorar la vida de todas las personas, fortaleciendo el
desarrollo sostenible en todo el planeta, hemos de ejemplarizar nuestras
maneras de hacerlo. No podemos quedarnos en la superficialidad, o en la
indiferencia de nuestras acciones, máxime cuando las minorías constituyen actualmente
los segmentos más marginados de la sociedad y sufren cada vez más intolerancia
y atropellos a sus derechos humanos. Hoy más que nunca, por tanto, tenemos que
rebuscar en nuestros interiores el corazón de la realidad, salir de nuestro
endiosamiento, y pensar que un poco de generosidad y comprensión nos vendrá
bien a toda la humanidad. Quizás tengamos que reacomodarnos a esa diversidad de
pensamientos, para dilucidar entre todos, el modo de encontrar soluciones que
alivien la situación de una buena parte de la población que vive el flagelo continuo
de la discriminación. No olvidemos que todos tenemos derecho a ser tratados
dignamente y también la obligación de contribuir a la unidad del género humano.
Despojémonos, por consiguiente, de toda simulación y espíritu de dominio, puesto
que nadie ha de ser más que nadie, para ponernos a disposición unos de otros,
con la apertura a los demás, mediante el vínculo de lo profundo, que es lo que
nos fraterniza en definitiva.
La tarea que debemos cumplir no es fácil, pero tampoco
imposible, escucharnos más y entendernos mejor.
Es
cierto que este tremendo huracán de hipocresías nos ha deshumanizado y la
desintegración del entramado social se ha quedado sin nervio. Habrá que darle
un nuevo impulso reconciliándonos todos con todos, haciendo que la unidad de la
familia humana no cese en su empeño. Téngase en cuenta que algunos poderosos
intereses económicos, en lugar de unirnos, contribuyen a separarnos. Por eso, los gobiernos y la comunidad internacional,
así como las diversas religiones, deben impulsar esa conciencia comunitaria que
nos hace más solidarios, frente a una galopante sed de venganza que pudiera
surgir. Indudablemente, ante este desolador ambiente, resulta necesario un
nuevo espíritu conciliador, entre los moradores de todas las latitudes, que nos
haga olvidar las formas de resentimiento y de violencia que la herencia del
pasado nos pudiera haber dejado en la retina del alma. Tal vez para repararnos
interiormente, tengamos que serenarnos y sanearnos, purificando nuestra propia
memoria, admitiendo que ninguno somos seres perfectos. Despertemos y salgamos
de la necedad; que la genialidad de una especie no llega por ese afán
perfeccionista, sino por la lucidez y originalidad, por la apertura de todas
las fronteras para poder unir esfuerzos y por el desprendimiento de cada cual.
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
1
de noviembre de 2017.-