El Paraíso no es un jardín encantado
Pbro.
José Martínez Colín
1) Para saber
En este año, el
Papa Francisco ha tomado el tema de la esperanza para sus reflexiones. Y para concluir
este ciclo, decidió hablar sobre el Paraíso, como meta de nuestra esperanza.
«Paraíso» es una de
las últimas palabras pronunciadas por Jesús en la cruz, y las dirigió al buen
ladrón.
El Pontífice
explicó que “el Paraíso no es un lugar como en las fábulas, ni mucho menos un
jardín encantado. El Paraíso es el abrazo con Dios, Amor infinito, y entramos
gracias a Jesús, que ha muerto en la cruz por nosotros”, ahí no tendremos más
necesidad de nada, ni lloraremos más.
2) Para pensar
Cuando san Juan
Bosco era joven sacerdote, un día fue a visitar al apóstol más famoso de su
ciudad, que era san Benito Cottolengo, y le preguntó: “Padre, ¿qué consejo debo
darles a quienes vienen a contarme que están atormentados de penas y
sufrimientos?”
Y el venerable
anciano, abriendo la ventana de su habitación y señalándole el cielo azul, le
dijo: “Hábleles del cielo. No olvide que un pedacito de cielo arregla muchas
dificultades”.
San Juan Bosco le
hizo caso y en adelante a toda persona que le venía a contar terribles
angustias le hablaba con entusiasmo del Paraíso Eterno que nos espera al final de
nuestra existencia terrenal.
3) Para vivir
La única vez que la
palabra “Paraíso” aparece en los evangelios es cuando se lo promete al ladrón
que tuvo la valentía de dirigirle el más humilde de los pedidos: «Acuérdate de
mí cuando estés en tu Reino» (Lc 23,42). No tenía obras de bien, no tenía nada,
sino se encomienda a Jesús. Fue suficiente esta palabra de humilde
arrepentimiento para “robarse” el Cielo.
El buen ladrón nos
recuerda nuestra verdadera condición ante Dios: que nos presentaremos con las
manos vacías y descubriremos que las faltas superan las obras de bien. Pero, no
obstante, somos sus hijos y Él siente compasión por nosotros. No existe una persona,
por cuanto haya vivido mal, al que le sea prohibida la gracia. Por ello no cabe
el desánimo, sino confiar en la misericordia de Dios. ¡Y esto nos da esperanza,
esto nos abre el corazón!
Dios es Padre y espera
hasta el último nuestro regreso. Al hijo prodigo que ha regresado, que comienza
a confesar sus culpas, el padre le cierra la boca con un abrazo (Cfr. Lc
15,20). ¡Este es Dios: así nos ama! Así la muerte deja de darnos miedo. Quien
ha conocido a Jesús, no ha de temer nada, ni la muerte misma.
A la hora de la
muerte, el cristiano repite serenamente y con confianza a Jesús: “Acuérdate de
mí”. Y aunque no haya nadie que nos recuerde, Jesús está ahí, junto a nosotros.
Quiere llevarnos al lugar más bello que existe. Quiere llevarnos allá con lo poco
o mucho de bien que existe en nuestra vida. Es esta la meta de nuestra
existencia: que todo se cumpla, y sea transformado en el amor.
Y podremos repetir
las palabras del viejo Simeón, también él bendecido por el encuentro con
Cristo, después de una entera vida consumida en la espera: «Ahora, Señor,
puedes dejar que tu servidor muera en paz, como lo has prometido, porque mis
ojos han visto la salvación» (Lc 2,29-30).