Sobre la democracia

P. Fernando Pascual

25-10-2017

 

Nueva discusión sobre la democracia. Se trata de un tema decisivo para el futuro de un pueblo. Propaganda y debates. Urnas y papeletas. Día de votaciones. Resultados. Unos ríen, otros lloran.

 

Así caracterizan algunos la democracia, cuando dejan de lado los aspectos más importantes: ¿era legítima la votación? ¿Se actuó seriamente al analizar el tema? ¿La gente estaba preparada? ¿Hubo manipulaciones? De verdad, ¿era correcto someter ese asunto al veredicto de las urnas?

 

Los demócratas más radicales saben que no todo puede ponerse a votación. Basta con estudiar la historia de las diferentes democracias y ver cuántas veces se ha permitido organizar un referéndum para abolir todos los impuestos...

 

Pero también saben que con presiones políticas, desde parlamentos que no reflejan las opiniones reales de la gente, pueden organizarse votaciones en las que se decide sobre la vida o la muerte de un Estado o de los hijos antes de nacer.

 

Pensemos en dos ejemplo, uno real y otro imaginario (pero casi real). En 1978, el parlamento italiano aprobó el aborto como algo socialmente permitido, cubierto por la estructura sanitaria pública. En 1981, un referéndum organizado contra esa ley fue derrotado.

 

En ese caso, la democracia en Italia se consideró capaz de decidir sobre la vida o la muerte de los hijos. Primero, a nivel de parlamento. Después, cuando la gente confirmó, en el referéndum, que había que mantener la ley del aborto.

 

Esas dos votaciones nunca deberían haberse producido, porque ninguna democracia puede poner en discusión un derecho fundamental de todo ser humano: el de la vida, antes o después del nacimiento.

 

Segundo ejemplo: unas poblaciones han construido, durante siglos, una convivencia que se plasmó en un Estado. Grupos "locales" luchan por muchos medios para conseguir la independencia de una parte de ese Estado. Dominan el parlamento regional. Contra las leyes nacionales, organizan un referéndum.

 

Tras el resultado, unos reirán y otros llorarán, dice algún analista con una sonrisa no bien definida. Tiene razón en parte, porque los resultados de cada votación agradan a los "vencedores" y abaten a los "perdedores". Pero está equivocado en la sustancia, porque nunca debería haberse llegado a la situación de enfrentamiento ideológico y social que rompe una convivencia que merece ser mantenida.

 

Muchas democracias incurren en situaciones como las anteriores, porque les falta la base cultural y jurídica que les permita fundarse no simplemente en las encuestas o en los votos, sino en principios fundamentales que no pueden ser discutidos, como los que tutelan los derechos básicos de todos los seres humanos, y los que permiten defender convivencias seculares.

 

Por eso hace falta pensar otro modo de organizar la democracia (o cualquier sistema político), desde un fundamento válido: nadie puede violar los principios de justicia ni los derechos fundamentales de las personas; y todos los seres humanos, sin discriminaciones arbitrarias, merecen ser defendidos en su integridad física, en sus necesidades básicas, y en su capacidad de escoger caminos buenos para realizar sus legítimas aspiraciones.