COMPARTIENDO DIÁLOGOS CONMIGO MISMO
ACOMPAÑADOS Y ACOMPASADOS POR DIOS
Somos
el verbo que camina,
el verso
que late,
el pulso de
una atmósfera
contemplativa,
el
habitáculo de un deseo,
la fuerza
mística del Creador.
Ninguno
está excluido
del abrazo,
ni del
encuentro con la vida,
ni del
reencuentro
consigo
mismo y con el Señor,
pues Dios
es quien nos alienta.
Es
cuestión,
de
reconocerse y reconocerlo,
de acogerse
y recogerse,
de vivirse
y revivirse,
de amarse y
reanimarse,
pues su
gozo es nuestro sustento.
Siempre
ahí, a pie del camino
dándonos
aire, visitándonos
y
consolándonos, como nadie
puede
hacerlo, pues sólo Jesús
es el poema
perfecto,
algo que no
se ve, pero se siente.
Y
lo que sentimos,
es la luz
que nos permite ver,
para
comprender quien soy,
y no un ser
ficticio,
creado por
mi soberbia,
tan necio
como repelente.
Volvamos
a la búsqueda,
retornemos
a la humildad,
seamos como
la brisa,
un soplo de
amor,
contra las
coronas de espinas,
que nadie
ha de mecer ni merecer.
Cualquiera,
cargado de ausencias,
reflexiona
sobre el yo sin ellos,
y lleno de ilusiones
deambula,
a la espera
de poder hallarse,
con los que
un día se fueron,
para ser
por siempre más cielo que mundo.
Que
la belleza no es por sí sola nada,
lo es en
comunión, tan eterna como tierna,
el
significado de lo que florecemos,
un estado
del alma, un estadio de gozos,
el
esplendor de esa verdad,
con la que
ansiamos reconocernos y amarnos.
Víctor Corcoba Herrero
7 de octubre de 2017