Cuando la santidad es fácil
P. Fernando Pascual
7-10-2017
Para muchos, la santidad es
algo extraordinario, que muy pocos consiguen y que la mayoría admira como un
ideal irrealizable.
Pero si se entiende la
santidad como don de Dios acogido, y si se descubre que Dios es bueno y ya está
vivo en cada bautizado, entonces la santidad resulta asequible para muchos.
Porque la santidad consiste,
simplemente, en abrir el alma a la semilla que llegó con el don del bautismo, y
en escuchar continuamente la voz del Espíritu Santo.
Al ver las diferentes vidas de
los santos, descubrimos cómo lograron la santidad. Unos abren su alma desde
niños, otros en la edad adulta. Algunos, tras experiencias de pecado. Otros,
después de periodos de tibieza.
Lo importante de cada historia
es lo que hace Dios. Desde luego, toca a cada uno abrirse. Pero si contemplamos
lo mucho que nos ama, ¿no resulta mucho más fácil?
Por eso, la santidad empieza a
ser fácil cuando recordamos que ya tenemos el bautismo, que somos hijos del
mismo Padre, que podemos acudir al sacramento del perdón y recibir la
Eucaristía, que tenemos miles de hermanos en la Iglesia.
Así vamos caminando,
sostenidos por la fuerza del Espíritu Santo y con la guía de nuestros obispos y
sacerdotes buenos. Así esperamos alcanzar el triunfo definitivo de la Pascua.
Cuando participemos aquí de la
Muerte de Cristo, que es entrega total de amor, también participaremos
plenamente de su Victoria. Entonces veremos que era sencillo y fácil ser
santos: bastaba con dejarse amar y con permitir que la Vida del Hijo corriese
por nuestras venas...