Ilusión
- Desilusion - Desengaño
Padre
Pedrojosé Ynaraja
Aunque la Fe cristiana pueda dar total
sentido a la vida y dedicársela exclusivamente a Dios, la existencia de algunas
ilusiones permite cierto gozo. El solitario cartujo junto a su ermita tiene un
pequeñito terreno, puede sembrar flores o patatas o hacer en él lo que le
guste. Más que ilusión, en estos casos la dedicación es distracción.
Lo malo es cuando el entusiasmo se
pone en un aspecto, realización o proyecto de bajo calado, como puede ser un
club deportivo. Cierta personas llegan al límite de sus afanes, entregándose a
un equipo de futbol al que acompañan doquiera vaya, adquieren sus símbolos y
hasta deciden que cuando muera, sus cenizas se esparzan su terreno de juego. A
otros una cierta ideología social les embarga de tal manera que olvidando deberes
familiares, se convierten en “monjes políticos”. ¡Cuántos conyugues se sienten
defraudados por que su consorte dedica más tiempo y emoción a su grupo o
sindicato o asociación a sí!
La categoría de ciertos valores puede
ser temporal. Hubo un tiempo que un estandarte patrio podía arrastrar a un
ejército enfervorizado. Hoy la lealtad a su país, la prosperidad que desea para
él, sabe que está condicionada a los pactos militares, los tratados económicos
o los intercambios de tecnología que pueda conseguir de otras naciones.
Hay ilusiones de hondo valor humano,
pese a sus limitaciones. El enamoramiento de un jovencito, él o ella, trastorna
incluso su metabolismo de tal manera que el abandono de uno puede suponer tal
contrariedad y desengaño al otro que el mundo se le cae encima. Donde hay amor,
hay dolor. Aunque de dimensiones finitas.
Al final de la Segunda Guerra Mundial,
siendo conscientes los que no murieron, de que eran hermanos de una misma
cultura y habitando un mismo continente, decidieron establecer lazos de
hermandad. ¡Qué gran categoría tenían los “padres de Europa” y sus visiones de
futuro! Hoy se olvidan muchos de los valores que movieron la reconstrucción de
un territorio y se pretenden nuevos proyectos. Pueden soñar en un recto obrar,
en un futuro incierto, pero, generalmente, a diferencia de los Adenauer,
Monnet, Schuman, de Gasperi y los demás. Ahora se proyecta infundiendo
desconfianza y rencores, carentes de amor universal.
Recuerdo que cuando en Primaria
estudié la invasión de los Bárbaros, Atila y compañía, nos decían que tras de
ellos sembraban con sal los campos conquistado y abandonados, para que no
creciese ninguna planta buena. Me temo que lo que está pasando ahora, en su
correspondiente plano, es algo semejante. Desconozco la realidad del quinto
continente. Me entero de que en los demás se derrama antipatía y odio. Desde
hace un tiempo, y por causas diversas, la vieja Europa se alejaba de sus raíces
y valores cristianos. Convergen los dos fenómenos, en él estamos enclavados.
¿Se podrá plantar la Fe? ¿Cuánto hay que esperar?
No hay que aguardar. Hay que fijarse,
mirar en profundidad. Contemporáneos nuestros son testimonios cristianos que
han vivido lozanas su Fe y la han propagado, ganándose por otra parte las
simpatías de la gente. Menciono algunos de los que nadie dudará: Teresa de
Calcuta, Chiara Lubich, Marta Robín, Lanza del Vasto, Roger Schütz…
Y si todos estos han muerto ya, los he
mencionado recordando el texto de la Carta a los Hebreos (13,7ss) “Acordaos de
vuestros dirigentes, que os anunciaron la Palabra de Dios y, considerando el
final de su vida, imitad su fe. Ayer como hoy, Jesucristo es el mismo, y lo
será siempre. No os dejéis seducir por doctrinas varias y extrañas. Mejor es
fortalecer el corazón con la gracia que con alimentos que nada aprovecharon a
los que siguieron ese camino”.
Si así se obra y pese a todo lo
comentado, muchos somos los que no vivimos amargados y gozamos de la felicidad
que Dios, en quien no hay corrupción, aunque sí misterio, el que nunca engaña,
nos ofrece cada día.