Leer la Palabra de Dios cambia la vida
Rebeca
Reynaud
Benedicto
XVI dijo en un Angelus: “Si llevamos en
la mente y en el corazón la Palabra de Dios, si entra en nuestra vida, si
tenemos confianza en Dios, podemos rechazar todo tipo de engaños del Tentador”.
Es de
considerar el manejo de la Biblia que tiene el ex pastor protestante Scott
Hahn. Relata que un amigo protestante le decía:
Pero
los católicos adoran a María.
Él
contestó:
No la
adoran, la veneran.
Respondió
el amigo:
Eso no
tiene base bíblica.
Entonces,
¿por qué se lee en el Evangelio “por eso desde ahora
me llamarán bienaventurada todas las generaciones” (Lucas 1, 48).
A todo
cristiano le conviene leer la Biblia, o al menos, el Evangelio cada día, para
conocer más de cerca al Señor. Dice el Catecismo: “A través de todas las
palabras de la sagrada Escritura, Dios dice sólo una Palabra, su Verbo único,
en quien él se da a conocer en plenitud” (CEC 102).
Escribe
bellamente San Agustín: Recuerden que es una misma Palabra de Dios la que se
extiende en todas las escrituras, que es un mismo Verbo que resuena en la boca
de todos los escritores sagrados (San Agustín, Enarratio
in Psalum 103, 4,1; PL 37, 1378).
Jesús,
el “evangelista” del Reino, asocia a los Apóstoles a su misma misión hasta el
fin del mundo. El Evangelio es, por lo tanto, el anuncio de la salvación, tal
como lo proclama la predicación apostólica (Act 5,42;
8,35; 11,20). Los evangelistas escriben su Evangelio para proclamar la
salvación en Jesús como Cristo. El Evangelio es en sí mismo una doctrina
salvífica y un acontecimiento salvífico (GER).
El
evangelio relata en dos pasajes seguidos (Lc
1,57-2,21) el nacimiento y circuncisión de Juan Bautista y de Jesús. Resulta
conveniente leerlos en contraste; mientras Juan nace en su casa en un clima de
alegría y admiración (vv. 58.63.64.66), Jesús nace fuera de su casa, con un
pesebre por cuna y reconocido sólo por sus padres y por unos pastores (2,1-20).
Se
puede decir que la Biblia es uno de los libros más leídos. La
Biblia es leída por personas de todos los niveles intelectuales. ¿A qué se debe
ese fenómeno? Algunos leerán la Biblia por curiosidad -pocos-, la mayoría
porque en la Biblia espera encontrar respuestas a los interrogantes que más
afectan al hombre: ¿quién soy?, ¿de dónde vengo?, ¿cuál es el sentido de la
vida? ¿cómo encontrar la felicidad? ¿en qué consiste el verdadero amor?
Ese
diálogo al que pretende incorporarnos la Biblia es un diálogo de amor con Dios
en el que se establecen vínculos tan estrechos y profundos que se puede hablar
de amistad, filiación. Más aún, pretende incorporarnos a ese
"diálogo" eterno entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo y que la
unión establecida por ese diálogo se refleje en la Iglesia, es lo que pidió
Jesucristo en su oración sacerdotal: "ut omnes unum
sint sicut tu pater in me et ego in te, ut sint
unum sicut et nos unum sumus" (Juan).
Algunos místicos han llegado a decir que en la unión con Dios el diálogo llega
a ser: Dios dice al alma: todo lo mío es tuyo y el alma dice a Dios: todo lo
mío es tuyo.
¿Pero
la Biblia no nos relata un diálogo que tuvo Dios con hombres que ya murieron?
¿Cómo es posible que yo me incorpore a ese diálogo? Efectivamente, la palabra
del hombre es temporal, se pierde en la historia, pero la de Dios es eterna y
permanece siempre actual. Más aún, la palabra del hombre, en la medida que es
parte de ese diálogo con Dios, de alguna manera participa de esa eternidad y de
esa actualidad. Por eso puedo yo incorporarme a ese diálogo que llamamos
también revelación pública y convertirlo en un diálogo personal: yo y Dios.
Por
todo lo anterior se ve claro cuál es la disposición que hemos
de tener para leer la Biblia con fruto. Ha de ser una disposición de fe
y amor. Esto implica la vida de la gracia y la vida de oración. Se
trata en realidad no sólo de leer la Biblia sino de vivir dentro de esa
historia de amor que son el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento.
Para
combatir una de las columnas del protestantismo en contra de la Iglesia
Católica, la sola fide, Scott Hahn cita: En Santiago 2,24, la
Biblia enseña que “el hombre es justificado por las obras y no por la fe sola”.
Además, San Pablo dijo en I Corintios 13,2 “si tengo una fe capaz de mover
montañas, pero no tengo amor, nada soy”. Y descubre que la Sola fide no
era una doctrina de la Escritura. ¿Y qué decir de 2 Tesalonicenses 2,15? San
Pablo dice: “manténganse firmes y fieles a las tradiciones que les fueron
enseñadas por nosotros, ya sea de viva voz o por carta”.