MARTIROLOGIO ROMANO (II)

 

Padre Pedrojosé Ynaraja

 

No quedé satisfecho del texto enviado la semana pasada. Quiero añadir algo más para que alguno se sienta animado, si no lo está, a imitar mi proceder y leerlo cada día.

 

Ya dije que las vidas de santos eran lectura habitual en otros tiempos. Hubo cambio de costumbres. Desde un nivel superior, donde situaremos a los investigadores bolandistas, con sus científicas y críticas publicaciones de la colección “Acta Sanctorum, que suprimen del panorama piadoso hagiográfico más personajes que árboles un huracán, hasta la búsqueda, desde el ámbito popular de una narración creíble, aunque sea menos fantasiosa. Recuerdo ahora lo que escuché un día referente a la piedad de un santo cuya devoción se manifestó desde poco después de nacer de tal manera, que los viernes no mamaba (¡!).

 

Pasó aquel vendaval y observo ahora que se publican colecciones de santorales que merecen confianza y apasionan o consuelan a quienes desean conocer a líderes que no oculten corrupción, para así aprender de su ejemplo y solicitar su intersección. También, y con mucho acierto, se editan vidas de santos dedicadas a lectores infantiles o juveniles. Las que conozco se imprimen en cuadernillos muy bien ilustrados y en lenguaje asequible. Me refiero a algunas en lengua francesa, castellana y catalana, que satisfacen el interés del muchacho, él o ella, que desea asemejarse con alguien de su edad o que, de alguna manera, se pueda equiparar con sus vivencias (estoy pensando en Tarsicio, Domingo Savio, Dominguito de Val, Goretti, o más recientes como Rafael Arnaiz, Francisco Castelló Aleu, Marcel Callo, scout primero y de la JOC después, etc. etc. por citar algunos). Las de estos héroes, entrados ya algunos en la juventud, se presentan con seriedad y acierto. Hay muchísimos aun no “catalogados”, mártires de la Fe, algunos incluso todavía no han muerto, como el impresionante testimonio de Asia Bibi).

 

La lectura del Martirologio del que hablo y nos ocupa, es otra cosa. Yo la recomendaría a aquellos, entre los que me encuentro yo mismo, deseosos de empezar el día con una sencilla reflexión cristiana y humana, sin pretender que sea elevada contemplación mística, que nunca sería capaz de alcanzar.

 

Lo primero que advierto es que aun tratándose de una especie de catálogo, su redacción no encajaría en un programa informático de base de datos. La redacción de autores de épocas diferentes y paisajes muy diversos, con sus elogios, algunos impensables, otros inimitables, todos admirables, aprovecha también para adentrarse en ciencias puramente humanas. Su estilo de redacción imposibilitaría la pretensión de ensamblarlos en cualquiera de estos programas.

 

Lo pensaba hace pocos días cuando una biografía se refería a que había nacido en Lotaringia. Pensé entonces en la descendencia del gran Carlomagno que aprendí, y algo recuerdo, en mi quinto curso de bachillerato, un territorio que ha dejado de existir oficialmente con ese nombre. Puede ser parte de Francia de hoy o de la actual Alemania. Ha dejado de subsistir, de ser país independiente, es ya puro recuerdo, pero no acontece lo mismo con su cultura, con sus preclaros habitantes de otros tiempos. El gran Alberto Magno, su testimonio y doctrina persiste, los Magos que adoran al Niño Jesús, en Colonia se les continúa venerando, Teresa Benedicta de la Cruz (Edith Stein) monja carmelita en la misma población etc. etc. Lotaringia no forma parte de la ONU, ni tiene embajadas, pero sus monumentos, sus santos, su prospera vitalidad, su Rin que enlaza el océano con las entrañas de Europa, continúan.

 

Leyendo y meditando, aunque sea muy brevemente, el Martirologio, conoce uno las diversas maneras que tiene de aspirar a santo y adquiere sin pretenderlo, conocimientos de geografía histórica y reseñas de aconteceres civiles y religiosos.