Ayudas tras un error
P. Fernando Pascual
9-9-2017
Parece algo casi inevitable:
cometer errores. Errores pequeños, casi imperceptibles. Errores grandes, que
causan dolor en uno mismo y en otros.
Cuando el error se hace
público, hay quienes atacan, como hienas, al culpable. El error cometido se
convierte en una especie de trofeo: las condenas son implacables, incluso
crueles.
Gracias a Dios, también hay
manos y corazones que acuden en ayuda de quienes se han equivocado. Comprenden
su vergüenza, reconocen su necesidad de comprensión.
Ante tantos condenadores, que
señalan con el dedo a otros y que insultan sin piedad a quienes han cometido
graves errores, consuela encontrar manos amigas y miradas de misericordia.
Las sociedades están llenas de
heridas. Odios y rabias dominan en muchos seres humanos. Basta con leer algunos
comentarios en Internet. Frente a tanta ira malsana, necesitamos una ola de
perdón, de escucha, de ayuda.
Esa ola empezó con la llegada
de Cristo al mundo. Lo percibieron en seguida cientos de pecadores que acudían
para escuchar y ver al Maestro. Lo constataron sus mismos discípulos, que
también estaban heridos por el pecado.
Por eso, cuando Pedro, después
de sus tres negaciones, cruzó su mirada con la de Cristo, sintió nuevamente lo
que tantas veces había visto: comprensión, cercanía, misericordia.
Ante nuestros errores y
pecados, el Padre nos vuelve a ofrecer a su Hijo como señal de una paciencia
infinita, de un perdón inagotable, de una ayuda que salva.
Por eso, también nosotros,
ante los errores que vemos en los demás, podemos aplicar la gran enseñanza del
Evangelio: "No juzguéis y no seréis juzgados, no condenéis y no seréis
condenados; perdonad y seréis perdonados. Dad y se os dará..." (Lc 6,37‑38).