Abrirse a Dios

P. Fernando Pascual

2-9-2017

 

La vida espiritual parece complicada, incluso difícil. En realidad, si se busca correctamente, resulta sencilla. Se trata, simplemente, de abrirse a Dios.

 

Dios actúa siempre. Susurra, insinúa, invita, regala, espera activamente. Lo que nos toca a nosotros es, con un acto sencillo de voluntad, decirle un sí generoso y confiado.

 

Abrirse a Dios no resulta fácil cuando tenemos miedos, cuando preferimos nuestros planes, cuando nos agarramos a seguridades humanas.

 

Pero cuando reconocemos lo mucho que Dios nos ama, aprendemos a dejar a un lado deseos egoístas, y le damos plena confianza.

 

Entonces Dios cambia nuestro corazón y lo lleva al arrepentimiento. Fortalece nuestra voluntad para que tome buenos propósitos. Sobre todo, nos lanza a la aventura de amar sin medida.

 

Cada día es una nueva oportunidad para abrirnos a Dios. Si lo hacemos, iluminará, curará, pondrá orden, impulsará, encenderá un fuego inextinguible.

 

La vida de quien se abre a Dios es una vida magnífica. Como la vida de los santos que la Iglesia ha reconocido. Y como la vida de tantos santos desconocidos pero no por ello menos importantes.

 

Una vez que Dios toma posesión de nuestras almas, la vida deja de ser algo encerrado en sí mismo. Podemos, entonces, repetir las palabras de quienes se abrieron completamente al Señor, como san Pablo: "y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí" (Ga 2,20).