Aventajados y desventajados
para la santidad
P. Fernando Pascual
19-8-2017
En la vida algunos nacen con "ventaja"
y otros con "desventaja". ¿Se aplica esto a la santidad?
Un niño nace en una familia
sana, con medios económicos adecuados, con acceso a buena educación. Arranca
con ventaja.
Otro niño nace en una familia
difícil, con tensiones, con carencias económicas e higiénicas, sin buena
educación. Arranca con desventaja.
En la vida espiritual, uno
empieza en un hogar con fe, recibe una catequesis excelente, aprende desde
pequeño a rezar, a confesarse y comulgar con frecuencia. Inicia con ventaja.
Otro empieza a vivir desde
experiencias difíciles, con vicios adictivos contraídos durante la infancia,
con graves pecados en la adolescencia. Inicia con desventaja.
Se puede suponer que el
aventajado tiene mucho más fácil su vida espiritual. No tiene que erradicar
vicios limitantes. No está atado a dependencias negativas
En cambio, el desventajado
apenas conoce la existencia de un Dios bueno, y si le enseñan los mandamientos
los mira como si fueran metas inalcanzables.
Las ventajas y las desventajas
son reales: cada ser humano camina desde la situación en la que ha nacido y
según las experiencias que le han marcado a lo largo del tiempo.
Pero en la vida espiritual
entra en juego Alguien que abre horizontes insospechados: Dios, con todo su
Poder, con todo su Amor, con su misericordia inagotable.
Por eso, el corazón que se
deja tocar por la acción de la gracia, que adquiere una nueva visión desde la
fe, que queda curado por el perdón, recibe una fuerza insospechada.
Así, un perseguidor como Saulo
puede llegar a ser un apóstol entusiasta. Un amante de la gloria humana como
Ignacio funda la Compañía de Jesús. Y un niño con una infancia destrozada como
Tim Guénard se convierte en un esposo católico lleno
de esperanza.
Ventajas y desventajas en el
camino de la santidad existen y tienen su papel en la pedagogía divina. En ella
el pecado no tiene la última palabra, porque "donde abundó el pecado,
sobreabundó la gracia" (Rm 5,20).
Todos tenemos abiertas las
puertas del Amor divino. Desde la propia situación personal, cada uno tiene
ante sí una mano tendida y una Sangre que salva. Nadie está excluido de la
misericordia.
El Padre espera y llama a
todos sus hijos con ternura y paciencia sin límites. Desde la libertad, podemos
acoger su invitación. Y entonces se produce el milagro: la fuerza se manifiesta
en la debilidad (cf. 2Co 12,9), la santidad es posible para todos.