Responder o no responder
P. Fernando Pascual
6-8-2017
Llega una palabra hiriente. El
ataque es directo, contra mí mismo o contra una idea que defiendo. ¿Respondo o
no respondo?
Uno puede equivocarse por
responder cuando no tiene ningún sentido o empeora las cosas. Como también en
otros casos no responder provoca daños: hay silencios que son señal de cobardía
o de complicidad.
Para afrontar este tema,
conviene pensar sobre el modo de ser del otro. ¿Tiene una personalidad sana,
abierta a la escucha y a la autocrítica? ¿O será alguien cerrado obsesivamente
en sus puntos de vista, quizá una personalidad que anhela solamente imponerse
sobre otros?
Luego, hay que analizar por
qué hizo el ataque. ¿Qué deseaba alcanzar? ¿Quería mi bien o simplemente necesitaba
desahogarse? ¿Manifestó una queja objetiva contra mí o algo que le duele y que
no entiende?
Habría otros muchos puntos a
tener en cuenta: si fue algo pasajero o refleja un modo radicado de pensar; si
tiene rencores profundos que difícilmente puede curar; si quería, de verdad,
darme una mano aunque no lo hizo de la mejor manera, etc.
Después, llega el momento de
analizar lo que resulte mejor en cada caso. Si preveo que mi respuesta irá al
vacío, generará más rabia, abrirá un remolino de contraataques y provocará
pérdidas de tiempo, ¿no será mejor guardar silencio?
En cambio, si intuyo que mi
respuesta podría abrir un espacio a la confrontación serena y ayudaría al otro
a comprender mi punto de vista; si, además, esta situación pareciera un momento
para que yo mismo empiece una autocrítica y entienda mejor al otro, ¿no será la
hora de construir un diálogo que clarifique las cosas y lleve a una mejora en
las relaciones?
Responder o no responder. Ha
llegado el momento de afrontar el tema. Antes de poner las manos sobre el
teclado, de tomar el móvil y llamar, o de iniciar un diálogo cara a cara con el
otro, hay que pensarlo bien, incluso pedir ayuda a Dios para ser prudentes y
caritativos.
Aprender a hablar y aprender a
callar son dos artes difíciles pero muy importantes. A veces uno se equivoca
por defecto y otras por exceso. Más allá de los errores, lo importante es tener
un corazón atento a las personas; un corazón que perciba sus situaciones
concretas, y que busque, más allá de la ofensa recibida, lo que pueda ser mejor
para todos.