HUMANAMENTE  REALISTA

 

Debo utilizar un vocablo propio de este hoy. La “inculturación”.

Debo mencionar de una clara actitud de los cristianos de los primeros tiempos porque una actitud de Jesús.

Sin duda que Jesús, un gran carismático comunicador, supo utilizar un lenguaje acorde a su auditorio.

Tan así que los evangelistas cuando ponen palabras en su boca lo hacen utilizando un lenguaje claro, cotidiano y valiéndose de ejemplos plenos de realismo.

Es que así debería de haber hablado Jesús para que sus contemporáneos le entendiesen.

Los primeros discípulos continúan con tal modalidad. Para que la propuesta por ellos planteada fuese aceptada.

Parecería como que la “inculturación” estuviese muy unida a la modalidad de la proclamación de la Buena Noticia.

Luego tal práctica se desdibujó, se perdió entre las rúbricas de la uniforme universalidad.

Y pasó muchísimo tiempo donde la uniformidad fue norma y práctica.

Resulta más que indudable que, en la vida de la Iglesia, cuarenta años es un muy breve tiempo. Hace unos cuarenta años la Iglesia vivió el soplo renovador del Espíritu en el Concilio Vaticano II.

Allí, nuevamente, se redescubrió la necesidad de una proclamación inculturizada, fundamentalmente desde la liturgia.

¿Cuánto se ha avanzado? Sin duda que muy poco.

Es, aún, mucho mayor el camino por recorrer que el recorrido.

Creo, nadie se puede poner a realizar un juicio de valor sobre el camino recorrido pero....

Es un camino que, aún, no se ha cerrado.

Tal vez muchos cambios se dieron sin la debida participación y preparación de quienes iban a ser los “sufrientes” del cambio.

Quizás se suprimieron cosas que para la muchos eran importantes.

Tal vez no se brindaron pasos que muchísimos continúan, aún, esperando.

Pero la inculturación practicada por Jesús y puesta en obra por los primeros discípulos no pasa por un cambiar para repetir conforme lo que en otros lados.

Es un proceso de identidad y sintonía.

Es parte de la manifestación de una realidad de comunión.

Hoy en día se diría que es la necesidad de utilización de los mismos símbolos y de los mismos códigos que el entorno.

La Iglesia tiene una muy variada riqueza de símbolos. Sus rituales poseen toda una carga simbólica muy importante.

Pero, son tan .....(¿cuál es la palabra correcta?)..... que muchísimos deben ser explicados para que se entiendan y otros no dicen nada a los hombres de hoy.

Sí, ya sé que se me podrá decir que no es cuestión de andar cambiando permanentemente y que otro me dirá que no es cuestión de mantener por el simple hecho de mantener.

Entre el mantener y el cambiar hay una serie de posibilidades que deberían ser transitadas en un auténtico proceso de inculturación.

Entre el cambiar por la necesidad de “dar la nota” y el mantener como resultante de una comodidad existe todo un prolongado trecho de pasos que se deberían de poder dar.

Quizás que muchísimas veces se ha perdido esa raíz de la proclamación inculturizada por un limitarnos a ser meros y cómodos repetidores.

Existe, también, el gran riesgo de ser “francotiradores” en una realidad que, sin duda, no es conforme “el gusto del distribuidor”.

La inculturación requiere de un apertura que muchas veces puede implicar el riesgo de una equivocación.

Es la necesaria necesidad de estar muy atentos para hacer una correcta aplicación de símbolos y de códigos.

Requiere de una búsqueda constante de gestos claros y sencillos que posean la elocuencia suficiente como para no necesitar de palabras para ser entendido.

Requiere de un lenguaje actualizado y desesquematizado como para ser un claro transmisor de una Buena Noticia que perdura en el tiempo.

 

Padre Martin Ponce de Leon SDB