Cuando preguntamos sobre el
otro
P. Fernando Pascual
29-7-2017
Muchas veces nos preguntamos: ¿por
qué esta persona es así? O también otros formulan la misma pregunta respecto de
nosotros.
Detrás de esa pregunta,
generalmente hay un cierto desagrado: descubrimos en el otro
aspectos que disgustan, o que extrañan, o que entristecen.
En la búsqueda de las
respuestas, unas apuntan a datos o hechos inmodificables. El otro es así porque
nació mal, o porque tuvo un accidente de niño, o porque fue ridiculizado en la
escuela...
En otras respuestas creemos
identificar aspectos que pueden cambiarse. El otro es así porque está con estos
amigos, o porque lee estos libros, o porque busca siempre lo que le satisface.
En estas respuestas suponemos
que el otro tiene la posibilidad de reconocer su fallo y modificar su vida. Si
esta persona está siempre enojada por culpa de su avaricia, cuando deje de
pensar en el dinero será más feliz.
Más allá de las preguntas y de
las respuestas, el otro encierra misterios que no podemos abarcar. Algunos
datos son evidentes, otros desconocidos, otros simplemente falsos.
Pero también hay en el otro, y
hay en nosotros, espacios para el cambio. Para el bien del otro, si lo llevan a
una vida mejor. Y para nuestro bien, si dejamos prejuicios dañinos, antipatías
rencorosas o miedos irracionales.
Cuando preguntamos por el otro
somos capaces de encontrar una compleja síntesis entre cualidades y defectos,
entre bondad y pecado, entre opciones que mejoran o que empeoran.
También ocurre, y eso sería
algo magnífico, que nuestra pregunta por el otro sea señal de que queremos que
tanto él como nosotros demos los pasos necesarios para sanar relaciones
problemáticas, para construir puentes de amor verdadero, para emprender tareas
comunes por el bien de los cercanos y los lejanos.