Manantiales
P. Fernando Pascual
29-7-2017
El manantial tiene una belleza
única, la que corresponde a un inicio limpio, fresco y prometedor.
El manantial, desde ese
inicio, sostiene una corriente de agua. Con más o menos fuerza, avanza entre
rocas y bosques, desciende hacia los valles, en busca de la mar.
Los manantiales hablan de
sencillez, de transparencia, de pureza, de vida. Animan la existencia de
quienes dependen de su fuerza y de sus riquezas.
En el mundo del espíritu hay
manantiales que generan esperanza, que renuevan amores, que mantienen viva esa
fe que salva.
Son manantiales que alimentan
corazones, que lavan ideas engañosas, que elevan las mentes al recuerdo de los
orígenes y las impulsan hacia la meta eterna.
En Dios encontramos la fuente
verdadera. Su Amor se difunde como una corriente que regenera, que perdona, que
fortalece, que impulsa.
"Si alguno tiene sed,
venga a mí, y beba el que crea en mí, como dice la Escritura: de su seno
correrán ríos de agua viva" (Jn 7,37‑38;
cf. Jn 4).
"A orillas del torrente,
a uno y otro margen, crecerán toda clase de árboles frutales cuyo follaje no se
marchitará y cuyos frutos no se agotarán: producirán todos los meses frutos
nuevos, porque este agua viene del santuario. Sus frutos servirán de alimento,
y sus hojas de medicina" (Ez 47,12‑13).
En un mundo enturbiado y
oscurecido por tantas ideas engañosas, por tantas pasiones egoístas, por tantas
avaricias y tantas envidias, necesitamos abrirnos a los manantiales del
espíritu, a las aguas que ofrecen vida verdadera.
Tras los largos días del
invierno, un manantial ha empezado a brotar en las alturas. Agua nueva sale de
la tierra porque antes vino del cielo. Ese agua
simboliza la vida que mana del costado de Cristo en el Calvario para limpiar
pecados y para hacernos hijos en el Hijo...