Somos lo que amamos
P. Fernando Pascual
17-7-2017
El amor guía nuestros
corazones, orienta nuestras mentes, mueve nuestras manos. El amor configura
desde dentro nuestras vidas, hasta el punto de que somos lo que amamos.
Lo decía san Agustín de un
modo atrevido. “¿Amas la tierra? Serás tierra. ¿Amas a Dios? ¿Qué diré, que
eres dios? No me atrevo a decirlo por mí mismo. Escuchemos la Escritura: ‘Yo
había dicho: Vosotros sois dioses, todos vosotros hijos del Altísimo’ (Sal
82,6)” (Tratados sobre la primera carta de san Juan, II,14).
La sorpresa es grande cuando
descubrimos que Dios ama al hombre... y se hace hombre. El mensaje de la
Encarnación nos dice precisamente eso: Dios, que es amor, se encarnó, habitó
entre nosotros, se hizo uno como nosotros.
Por eso, cuando oriento mi
corazón y mi vida desde el amor, construyo mi verdadera identidad. Seré tierra,
o tecnología, o dinero, o pasiones, o guerras, o envidias, o egoísmo, si mi
amor va hacia el pecado.
En cambio, seré justicia,
misericordia, servicio, humildad, obediencia, si oriento mi corazón hacia
amores buenos, si busco imitar a Cristo que me enseña el camino: amar hasta dar
la vida por los amigos (cf. Jn 15,12‑13).
A través del camino del amor,
la vida alcanza su sentido pleno. Ya en este tiempo incierto adquiere una
solidez única, porque enraiza en Dios y porque deja a
un lado el egoísmo. Luego, llega hasta lo eterno, donde la plenitud de Dios
será también nuestra (cf. Col 2,9-10).
El amor es la clave de
cualquier vida humana. Si dejamos a un lado amores que destruyen y que llevan
al vacío, y si escogemos amores auténticos, en los que unimos la mirada hacia
Dios y hacia los hermanos, habremos logrado la meta más maravillosa de
cualquier existencia: tener un corazón semejante al de nuestro Padre de los
cielos.