Seguridades en Dios
P. Fernando Pascual
17-7-2017
Hay seguros para el coche,
para la casa, para la salud. Seguros que tranquilizan, aunque no pueden impedir
peligros: la póliza de seguro no fue capaz de detener un coche que iba a toda
velocidad contra el nuestro.
Las seguridades terrenas
llegan hasta un cierto límite. Luego, el indeterminismo de la vida toca y
amenaza a las personas y a los objetos más queridos.
Existen otras seguridades: las
que uno encuentra cuando se fía de Dios y reconoce que es un Padre bueno,
providente, cercano a cualquier situación humana.
“Alzo mis ojos a los montes: ¿de
dónde vendrá mi auxilio? Mi auxilio me viene de Yahveh, que hizo el cielo y la
tierra. ¡No deje Él titubear tu pie! ¡No duerme tu guardián! No, no duerme ni
dormita el guardián de Israel” (Sal 121,1‑4).
Por eso Jesucristo nos invitó
a confiar en quien tiene en sus manos la vida de todas sus creaturas y que nos
ama como Padre.
“Mirad las aves del cielo: no
siembran, ni cosechan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las
alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellas? Por lo demás, ¿quién de vosotros
puede, por más que se preocupe, añadir un solo codo a la medida de su vida?” (Mt
6,26‑27)
Poner nuestra seguridad en
Dios no significa dejar a un lado las propias responsabilidades. Hay que
cumplir con los propios deberes y esforzarse seriamente por construir un mundo
mejor.
Pero sabemos que los
resultados están en las manos de Dios. Un día comprenderemos por qué accedió a
este deseo nuestro y por qué rechazó otro. Ahora caminamos en esperanza,
mientras ponemos la mirada en la ciudad futura y nos comprometemos a la ayuda
mutua.
Recordamos la enseñanza de la
Carta a los Hebreos: “no tenemos aquí ciudad
permanente, sino que andamos buscando la del futuro. Ofrezcamos sin cesar, por
medio de él, a Dios un sacrificio de alabanza, es decir, el fruto de los labios
que celebran su nombre. No os olvidéis de hacer el bien y de ayudaros
mutuamente; ésos son los sacrificios que agradan a Dios” (Hb
13,14‑16).