Discusiones sobre el embrión
humano
P. Fernando Pascual
17-6-2017
Las discusiones sobre el
embrión humano resultan difíciles y complejas por el contexto en el que se
producen, sobre todo si el aborto ha sido legalizado.
Cuando hay numerosas
sociedades que consideran el aborto como algo normal, incluso como un servicio
público, es fácil que el embrión sea considerado como un puñado de células,
como un ser subhumano, como un producto apreciado o rechazado según los deseos
de los adultos, como un ser sin dignidad.
Las visiones sobre el embrión
humano, por lo tanto, quedan muchas veces enmarcadas en el contexto de leyes
gracias a las cuales resulta posible eliminarlo fácilmente a través del aborto.
Si, además, añadimos que en la
fecundación artificial (in vitro) se producen cientos de embriones excedentes,
que son congelados, o seleccionados según parámetros de calidad exigidos por
quienes los encargan, se comprenderá lo difícil que es discutir correctamente
sobre la dignidad y el estatuto de esos seres tan pequeños.
Hay, sin embargo, un dato que
podría ayudar a dirigir la mirada sobre los embriones humanos de un modo
adecuado: recordar que con cada fecundación de un óvulo por parte de un
espermatozoo inicia una nueva existencia humana.
Esa existencia tendrá una
historia más corta o más larga, pero no por ello deja de ser una existencia
nueva. Esa existencia coloca a cada embrión como un miembro de nuestra familia
humana en su primera etapa de desarrollo, desde relaciones concretas, gracias a
su origen y a su ADN, con su padre y con su madre.
Ello permite verlo no sólo
como un producto, un material biológico, un puñado de células, o una realidad
indefinida, sino como un hijo en las primeras fases de su vida. Un hijo
pequeño, como pequeños fuimos nosotros cuando iniciamos, en un momento concreto
del pasado, nuestra existencia terrena.
La dignidad de ese hijo puede
ser reconocida o puede ser ignorada, pero las diferentes opiniones no la
suprimen. Porque la dignidad de cada existencia humana no radica en el hecho de
ser aceptada o rechazada, sino que acompaña siempre al hijo, en todas las
etapas de su desarrollo.
Si se llega a ese
reconocimiento de la dignidad de cada hijo, será posible reprobar cualquier
acto que vaya contra la integridad de los embriones, precisamente porque ellos,
en el momento concreto en el que se encuentran, merecen ese respeto a la vida
que queremos sea defendida para cualquier ser humano en las diferentes etapas
de su biografía terrena.