La virtud como ayuda imprescindible

P. Fernando Pascual

23-6-2017

 

Queremos realizar el bien: ser más justos, cumplir con las obligaciones de cada día, mejorar las relaciones con familiares y amigos, ayudar a los necesitados, vivir la oración más en serio.

 

Hacemos propósitos, empezamos a trabajar. Luego, el cansancio, las prisas, las distracciones, incluso el deseo de una vida más fácil, nos apartan de los buenos deseos y nos arrastran sin dirección por mil caminos.

 

Para evitar el peligro de las tentaciones de cada día, de los ataques que proceden del mundo, del demonio y de la carne, necesitamos formar virtudes firmes y seguras.

 

Porque la virtud consolida la voluntad, facilita el ejercicio del bien, mantiene recta la ruta, permite superar los cansancios, ayuda a no sucumbir ante tentaciones de placer y de miedo.

 

Como indica el “Catecismo de la Iglesia Católica”, la virtud “es una disposición habitual y firme a hacer el bien. Permite a la persona no sólo realizar actos buenos, sino dar lo mejor de sí misma. Con todas sus fuerzas sensibles y espirituales, la persona virtuosa tiende hacia el bien, lo busca y lo elige a través de acciones concretas” (n. 1803).

 

Con las virtudes no sólo somos más fuertes para el bien, sino que incluso nos asemejamos a Dios, según un texto de san Gregorio de Nisa citado por el Catecismo en el mismo n. 1803: “El objetivo de una vida virtuosa consiste en llegar a ser semejante a Dios”.

 

Con las virtudes humanas, especialmente la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza; y con las virtudes teologales, fe, esperanza y caridad, el alma puede correr por el camino del bien, porque pone a trabajar todas sus fuerzas (mente, corazón, sentimientos) en una unidad armónica y constante.

 

En un mundo de prisas y de superficialidades, de actitudes pusilánimes y de comodidades excesivas, la virtud es una ayuda imprescindible para poder vivir el Evangelio, para poder construir corazones abiertos a Dios, y para avanzar hacia la plenitud humana, que consiste en amar, con constancia y alegría, a Dios y a los hermanos.