Ante la fragilidad humana

P. Fernando Pascual

17-6-2017

 

Un jarrón se puede romper. También un ser humano está sujeto a mil peligros.

 

No somos de barro, ciertamente. Pero basta un viento, un ladrillo, un bache, y todo salta por los aires.

 

Ante la fragilidad, muchos sienten miedo, incluso angustia, hasta llegar a paralizarse, porque piensan que salir de casa expone a incontables riesgos.

 

Otros afrontan el hecho de la fragilidad con calma: no nacimos para vivir aquí eternamente, y el tiempo que tenemos es poco para anularlo con miedos sin sentido.

 

Hay deberes, no podemos negarlo, de cuidar la propia salud y de velar por la de quienes viven cerca, o tal vez incluso lejos.

 

Hay, también, motivos para poner en riesgo nuestra fragilidad, como por ejemplo cuando un médico atiende a un enfermo que puede contagiarlo.

 

Mientras Dios nos concede un poco de tiempo, podemos invertir las propias fuerzas en el bien, aunque en ocasiones arriesguemos mucho.

 

Porque es más hermoso padecer y sufrir por haber ayudado a un familiar o conocido que no por estar encerrados, por el miedo, todo el día en casa.

 

Mientras haya fuerzas, mientras el corazón vea necesidades y planes buenos, vale la pena salir, exponerse al viento, al sol, al tráfico y a los virus.

 

Cuando, en el día que Dios haya dispuesto, la fragilidad rompa nuestro equilibrio incierto, será hermoso mirar el pasado y reconocer que acogimos y dimos amor, esperanza y un poco de alegría a tantos hermanos nuestros...