Vacunas espirituales
P. Fernando Pascual
10-6-2017
Una vacuna sirve para reforzar
el propio organismo ante enfermedades más o menos graves. Ayuda a la producción
de anticuerpos. Prepara ante peligros futuros para la salud.
Aunque en el mundo del
espíritu no se aplican las leyes de la biología, también existen ciertas “vacunas
espirituales” que nos protegen de las enfermedades del alma.
La mejor de esas vacunas
radica en el bautismo, en el que cada bautizado se une íntimamente a Cristo en
la Iglesia tras la renuncia, firme y decidida, a satanás y al pecado.
Otras vacunas llegan a lo
largo del camino. Si el pecado hiere nuestra fidelidad a Cristo, el sacramento
de la confesión permite recuperar la salud y reforzar las defensas interiores.
Como toda analogía, hablar de
vacunas sabe a poco cuando intentamos describir lo ocurre en nuestras almas. El
corazón tiene profundidades difíciles de abarcar. Son tantas sus riquezas que
el cuerpo no lo representa adecuadamente.
Pero lo que sí resulta claro
es que necesitamos continuamente proteger nuestras almas ante tantas
infecciones malignas, y reforzarlas, sobre todo con el alimento de los fuertes:
la Eucaristía.
Mientras seguimos de camino
hacia la Patria verdadera, hacia ese cielo en donde nos espera Dios Padre,
buscamos buenas vacunas espirituales que nos permitan tener encendidas nuestras
lámparas (cf. Mt 25,1-13).
Entonces no solo viviremos “a
la defensiva”, sino que nuestra luz brillará y se hará contagiosa (cf. Mt
5,14-16), de forma que otros hombres y mujeres percibirán la belleza del bien,
podrán dejar las tinieblas, y empezarán la maravillosa aventura de vivir en
Cristo.