El don magnífico de la
voluntad
P. Fernando Pascual
3-6-2017
Cada ser humano escoge su
camino. Las opciones escriben su historia y llegan a la vida de quienes viven
cerca o lejos.
Escoger es posible gracias al
gran don de la voluntad. Una voluntad que, a veces, queda debilitada por las
pasiones y los pecados. Una voluntad que puede ser curada por el amor de Dios.
Desde la voluntad bien
orientada, somos capaces de escoger el bien, de defender la justicia, de pedir
perdón y perdonar, de derribar muros y construir puentes.
En cambio, una voluntad
esclava de las pasiones y cegada por ideas falsas lleva a la injusticia, a la
ira, al egoísmo, al daño que tiñe de rojo tantas páginas de la historia humana.
Por eso resulta urgente una
formación en la que la voluntad quede iluminada por la verdad, aprenda a dejar
de lado pasiones deshonestas, se fortifique en la realización del bien.
El pecado, por desgracia,
hiere a la voluntad, precisamente porque cada pecado se produce desde opciones
libres y responsables.
Pero el pecado no puede
destruir ese don magnífico de la voluntad: tras la caída, resulta posible
abrirse a Dios, reconocer la propia culpa y dar un paso decidido hacia el
arrepentimiento.
Santa Catalina de Siena, en su
“Diálogo”, explica que en el pecador sigue viva la voluntad libre, y por eso
basta que implore el favor de Dios para conseguirlo.
Además, explicaba la santa, el
creyente no debe temer al demonio, pues Dios nos ha fortalecido desde la Sangre
de su Hijo.
La máxima plenitud de la
voluntad está en el amor, que nos une a Dios y nos pone al servicio de los
hermanos. Entonces es posible llegar al gesto heroico de una entrega total,
como la de Cristo: “Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos”
(Jn 15,13).
El don magnífico de la voluntad
se convierte, así, en una llave recibida de Dios que nos permite avanzar, cada
día, hacia la casa del Padre, en la que solo entran quienes, libremente, saben
acoger la misericordia y viven desde el amor y para el amor.