Lo que dice una mística española sobre el trato con el Espíritu Santo

Martha Morales

En su Decenario al Espíritu Santo, Francisa Javiera del Valle, resalta algunas ideas que pueden sernos útiles en Pentecostés, la fiesta del Espíritu Santo, y durante el año. Escribe: “Las Tres Divinas Personas tienen atributos. El Padre tiene como propios y como cosa que a él le pertenece, el poder y la justicia; el Hijo, la sabiduría y la misericordia; y el Espíritu Santo, que de los dos procede, la caridad y la bondad. Este Dios, tres veces santo, es manantial de toda dicha y ventura, de toda felicidad y grandeza, de todo poder y gloria”.

Todo cuanto hay en los Cielos y en la tierra depende de su querer. Y aconseja: “No pongan sus ojos en lo que cuesta; pónganlos en lo que vale; siempre ha sido así, el costar mucho lo que mucho vale”. Para gozar, una eternidad nos está ya preparada; para padecer por Él, no tenemos más que la vida presente: pues aprovechémonos de ella y padezcamos por Cristo Jesús cuanto podamos.

Para hacer la creación entera  bastó el atributo del poder de Dios; pero para la creación del hombre, las tres divinas Personas, pusieron en ejecución todos los atributos divinos. Dios no castigó al hombre como Satanás quería -no dándole otra oportunidad como a él-; en esto fue Satanás humillado, porque el castigo que Dios puso a nuestros primeros padres fue temporal, y a Satanás se lo dio eterno, por los siglos sin fin. Dios castigó a los ángeles para siempre porque su pecado fue por malicia; castigó temporalmente al hombre, porque el hombre no pecó por malicia, sino por seducción[1]. ¡Cómo se ven aquí las entrañas de misericordia que Dios tiene y lo que le cuesta castigarnos!

El Espíritu Santo tiene una “escuela”. El modo de enseñar del Espíritu Santo no es con palabras; rara vez habla, alguna vez a los principios; si se practica bien la lección que Él enseña suele hablar, pero muy poca cosa, para manifestarnos con esto su agrado. En esta escuela todo es de practicar lo que enseñan, y si no lo practican, es cosa concluida; la escuela se cierra y no se abre. Porque aunque la escuela se da en el centro del alma, no puede uno entrar allí si no le mete el Maestro, porque aunque él quiere entrar ni puede ni sabe. Lo único que puede hacer es quedarse dentro de sí, no salir fuera, sino ponerse a la puerta, y muy de corazón llorar y sentir su falta desinteresadamente (p. 70).

En el día Cuarto del Decenario dice: “Con pequeños sacrificios, con la mortificación continuada salimos de la propia esclavitud y nos hacemos señores de nosotros mismos; con ella se llega a adquirir el primitivo estado en que fueron puestos nuestros primeros padres; y como premio a la mortificación continuada se da Dios al alma, como en posesión, en esta vida, y en esta escuela eso es lo que se aprende. A lo que más nos inclina este Maestro admirable es a la privación de todo lo que es regalo”.

Luego continúa hablando de la importancia del sacrificio: “Para el que aspira a la santidad, la mortificación debe ser como la respiración para el cuerpo; si ésta falta, el cuerpo no puede tener vida. La santidad se adquiere por la mortificación. A los muy mortificados, Dios suele darles a gustar de estas cosas. Nos exhorta mucho a que no tallemos ni pulamos a ninguno, porque el que talla y pule a otro está muy lejos de la propia santificación” (pág. 81).

Y ahora viene lo mejor: “El obsequio que da el Espíritu Santo, es un modo de orar sin interrupción, que no impide tenerle, ni el sueño, ni el recreo, ni el hablar con los demás, ni el comer, ni el trabajar, sea cual fuere nuestra ocupación, no se interrumpe y así se adquiere el trato familiar con Dios”.

Alabar con verdad es alabar a los santos canonizados por la Iglesia. Esto quiere Dios y es de su agrado. Pero alabar a los que entre nosotros viven, porque les veamos favorecidos por Dios, no le agrada.

Y recomienda: Pongamos nuestros ojos en ver el interior de Jesucristo, para ver la disposición de aquella alma bendita y de aquel Corazón Amante. Pensar cómo obraba y el fin que todas sus acciones llevaba: gloria del Padre, extensión del Reino de Dios, salvación de las almas, para nosotros hacerlo por lo mismo.

Espíritu Santo, desciende a la tierra y hiere a todos como Tú sabes herir, para que no resistamos a tus llamadas y dejemos las niñerías en que estamos entretenidos, para que no pasemos la vida distraídos en niñerías, y así nos coja la muerte, y perdamos el fin para el que fuimos creados.

Concluye con esta idea: “Tenemos que hacer más aprecio de un acto de fe que de todas las visiones y revelaciones. Crean firmemente lo que Dios tiene revelado a su Iglesia, y con esto habremos dado un grandísimo consuelo al Espíritu Santo. Sigan a Jesucristo en su vida pública con la imaginación”.

[1] Cf. Francisa Javiera del Valle, Decenario al Espíritu Santo, Patmos, México 1988, pp. 58-59.