COMPAÑÍA

 

Llegaron con rostro serio y ojos grandes.

Venían a compartir la mesa.

Fueron saludando uno a uno a aquellos rostros que les miraban con simpatía.

Era un grupo de jovencitos recién salidos de la adolescencia.

Habían preparado diversas cosas que traían.

Una vez concluida la simple tarea de los saludos venía, para ellos, lo más difícil.

Debían integrarse y compartir con aquellas personas adultas y con una vida muy diversa que la de ellos.

Suponía no les sería muy simple encontrar temas de conversación pero realizaron el esfuerzo de acercarse.

No sé lo que conversaban puesto me encontraba lejos de donde ellos estaban.

Desde el lugar en que me encontraba no podía dejar de disfrutar lo de aquellos jovencitos.

Podían encontrarse con historias de vida muy distinta a las suyas.

Podían encontrarse con rostros que, tal vez, muchas veces habían visto en las calles de la ciudad y ahora podían ponerles nombres o, tal vez, ubicarlos de junto a la mesa compartida.

No podían encontrar compañeros de juegos ya que las edades resultaban muy distantes.

No podían conversar de última tecnología puesto que la mayoría de con los que se encontraban no tienen cercanía con las mismas.

No podían conversar de estudios ya que algunos de los que los recibían no poseen grandes avances estudiantiles. Lo básico y no mucho más y algunos ni siquiera lo básico.

Si pudiesen conocer las historias de vida de estas gentes, sin duda, valorarían mucho más lo que sus familias les ofrecen.

Si pudiesen conocer algo de estas gentes sabrían que, muchas veces, sus esfuerzos son pocos frente a la lucha por sobrevivir que algunos de ellos realizan a diario.

Llegó la hora de sentarse a la mesa y cada uno se ocupó de su plato de fideos moña con tuco.

Para los habituales era un plato conocido de muchas veces. Para ellos era la obligación de comer lo servido sin lugar para alguna protesta.

Las charlas fueron brotando con naturalidad y libertad para alguna infaltable risa.

La mesa tiene el mágico poder de igualar a todos y cada uno.

Junto a la mesa nadie es distinto que nadie puesto que nos une el mismo apetito y la necesidad de alimentarnos.

Es el mismo apetito que se manifiesta de muy diversas maneras puesto que mientras algunos demoran con un plato otros consumen dos o tres veces más

Luego el postre que ellos habían traído. Algunos repiten y otros no prueban lo dulce.

Se levantó una de las chicas que habían venido y con los ojos más grandes que siempre explicó un recuerdo que deseaban dejar.

Nosotros no teníamos ningún obsequio que brindarles.

Quizás el obsequio que teníamos era el manifestarles que volvieses cuando lo quisieran.

No nos habían incomodado con su presencia.

No nos habían quitado la naturalidad de nuestros encuentros.

No los habíamos sentido como una visita.

Habían compartido un rato de nuestra actividad y, siempre, tendrían un lugar cuando deseasen volver.

 

Padre Martin Ponce de Leon SDB