REPARTIR SIMPATÍAS Y SONRISAS (II)

 

Padre Pedrojosé Ynaraja

 

Podrá pensar algún lector, y tal vez con razón, que imagino y deseo que el hombre ideal sea un individuo introvertido, severo o triste. De ninguna manera. No diré como aquellos perversos monjes de la novela de Umberto Eco, “El nombre de la rosa” que en ninguno de los pasajes evangélicos dice que Jesús rio y en cambio, sí, que sollozó. De lo que estoy seguro yo es que cuando acariciaba a los niños, lo hacía con ternura y sonriendo.

 

El Papa Francisco sorprendió a los asistentes al congreso TED con un video mensaje. La sorpresa vino porque no se lo esperaban y por lo que les dijo. Me he fijado especialmente en las últimas observaciones que les hace.

 

Copio textualmente el inicio de un párrafo: “para nosotros, los cristianos, el futuro tiene un nombre y este nombre es esperanza…” Y hacia el final: “el tercer y último mensaje que me gustaría compartir hoy se refiere precisamente a la revolución: la revolución de la ternura ¿qué es la ternura? Es el amor que se hace cercano y concreto. Es un movimiento que procede del corazón y llega a los ojos, a los oídos, a las manos… es maravilloso todo lo que dice, pero no voy a transcribir lo que cualquier lector puede encontrar por internet (26 / IV /17).

 

Ternura y no simpatías circenses. Sonrisas postizas, que a nadie convencen, por atractivas que puedan ser. A nuestro mundo le falta ternura y le sobra exhibición de poder, satisfacción de sí mismo, promesas hechas para contentar por un momento al auditorio, sin sentirse comprometido con él.

 

Sí, es más cómoda la compañía de un personaje que exhala en apariencia satisfacción, que la de uno que reclama compromiso, del que da buen testimonio él mismo. Contenta más un payaso, que un profeta. Pero a la larga, quien busca alegrarse, no puro entretenimiento, sabe que la felicidad la puede encontrar en el segundo.

 

Antiguamente se decía que solo la hiena reía. Risa fúnebre, sin duda. Hoy los investigadores encuentran indicios de hilaridad en otros animales, evidentemente, sus estudios se centran en las ratas, animales típicos de estudio. Evidentemente, no envidio la felicidad de un roedor, si es que la tiene.

 

Todos sabemos que la sonrisa de un bebe es una maravilla. Sonríe la madre que le ama, es su primer mensaje, contesta el niño riendo a su manera, es su lenguaje. Uno sabe también que abundantes carcajadas, abrazos y besitos, entre los de un grupo en misa, no aseguran que entre los miembros haya puro Amor, auténtica Caridad.

 

La sonrisa debe ser un don, que se ofrezca a quien se ama o pretende amar con sinceridad. De algunas imágenes de Cristo crucificado, se dice que el Señor sonríe. No creo que el tormento de la cruz se lo permitiese, pero me parece que el artista quiso, acertadamente, expresar los sentimientos del Señor hacia su Madre y los que con Ella estaban y hacia nosotros.

 

Entre la carcajada de un bufón palaciego, que cualquier pintor haya podido añadir al fasto cortesano de un soberano y el gesto de “el pensador” de Auguste Rodín, me quedo sin ninguna duda con la obra del segundo que por cierto quiso llamarla en principio, el poeta.

 

El Padre Eterno, sin duda, sonríe, cuando contempla un bautismo, cuando se le acerca contemplándole un místico, cuando se le aproxima fatigado en extremo un generoso hospitalario, o un maestro convencido de su misión educadora, o un generoso bienhechor… Sonríe el Padre, incitado por el Espíritu, gracias a la aportación heroica del Hijo.

 

Dios es alegría sonriente. Sincera. Eterna.