Empeñarnos por hacer el bien a los demás

Rebeca Reynaud

 

Jesús nos habló de amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos, y, efectivamente, si lo analizamos, lo más importante es amar. La vida es corta y se nos va a pedir cuentas de lo que hemos hecho con los dones que Dios nos ha dado, por eso podemos empeñarnos por ser un foco de iniciativas. La mayor pobreza en no tener a Dios. Podemos hacer muchas cosas, cada uno en su lugar, se puede impartir catecismo, proponer un nuevo curso doctrinal para un grupo de señoras o de gente joven; dirigir un Cine club, ocuparse del orden material o de cuestiones de organización; carta a un anunciante, preparar pequeñas conferencias, clases o charla, y luego convertirlas en artículos para publicar.

En Aguascalientes, una persona con afán de ayudar a los más vulnerables consiguió una casa en un barrio necesitado y allí organiza clases de inglés, de italiano, de ballet, de artes marciales, de pintura y de otras cosas, con la colaboración de universitarios, y, cuando algún profesor (a) avisa que no podrá ir, esa persona la sustituye. Esto es querer hacer el bien a los demás. También está el ejemplo de un empresario de Tepatitlán que cultiva flores se dio cuenta de que había mucha inquietud entre sus trabajadores sobre los Testigos de Jehová, ya que algunos de sus familiares se estaban yendo con esa secta. Decidió poner un micrófono en el sitio de trabajo y leerles 10 minutos de un libro titulado “Yo fui testigo de Jehová”, de Antonio Carrera (está en internet). Al terminar el tiempo indicado, iban a la oficina a pedir que les siguieran leyendo, así terminaron ese libro y otros libros. El dueño vio que ese sistema rudimentario era un magnífico instrumento de evangelización.

San Josemaría Escrivá de Balaguer comentaba: “Llega un momento, hijos, en el que se cuentan los días que faltan y se siente la necesidad de dejar más labor hecha; no por soberbia, sino por Amor”.

Lo que más perfecciona una personalidad es su correspondencia a la gracia.

Para hacer alguna actividad en favor de los demás hay que meterle cabeza, corazón e iniciativa. ¿Y quién me da la fuerza? El Señor en la Eucaristía. Ese es parte del ciento por uno. Decía Gabriela Bossis: Él me da la luz para ver que la persona que tengo enfrente es la más importante en ese momento.

Nos espera una labor inmensa; si hacemos las cosas como deben ser, vamos a llegar a lo que Dios espera de nosotros. San Josemaría decía: Soñad y os quedaréis cortos.

Una chica universitaria comentaba: Hacía mi oración y le decía al Señor: Mi profesor está seco, como esa planta. Terminó su oración, se acercó a la planta y vio unos despuntes verdes. Vio que siempre hay esperanza, aunque no parezca.

Hay que aprovechar hasta el último minuto, para eso, ayuda tener interés para vivir la novedad de la vocación cristiana cada día, en cada norma de piedad, en cada reunión de familia, en cada ocasión.

 

Para saber adónde se quiere llegar es esencial desear que las personas sean almas de oración. Llevar a los hijos, nietos, sobrinos, hijos de amigas a hacer oración. Le decía un niño de Primaria a otro: Voy a hacerla oración en voz alta para que aprendas: Señor, me da vergüenza hablarte en voz alta, pero es para que mi amigo aprenda, te pido por mis papás y amigos. Ahora tú: Señor: aquí estoy.

 

La Iglesia es milicia y familia, hay afecto sobrenatural y cariño humano.

Y lo mismo que pasa en el ejército pasa en la Iglesia, cada uno se hacer responsable de una pequeña  labor o encargo, se cumple: y, después, se da cuenta de que se ha cumplido. Eso  requiere dedicación de tiempo con continuidad, y esto exige a veces mucho espíritu de sacrificio. Si se pone lo que se puede, el Señor siempre da el incremento.

 

¡Qué alegría da ver cómo la gente cambia! Dios es quien salva a las almas, nosotros somos instrumentos. En la palabra de la amistad y del amor “cada uno da al otro la hospitalidad esencial, en lo mejor de sí mismo. Cada uno reconoce al otro y recibe de él aquel mismo reconocimiento, sin el cual la existencia humana es imposible” (G. Gusdorf).

 

San Agustín hace un elogio de la amistad: “Dos cosas son necesarias en este mundo: la vida y la amistad. Dios ha creado al hombre para que exista y viva: en eso consiste la vida. Mas para que el hombre no esté solo, la amistad es también una exigencia de la vida (Sermón 16,1, PL 46, 870). Y además, “si no tenemos amigos, ninguna cosa de este mundo nos parecerá amable”.

Podríamos decir que el “yo” y el “tú”, convertido en “nosotros” dentro del seno de la amistad, toca el invisible e intangible “Tú” divino (Valerio Manucci, p. 23).

La vida de María fue un continuo gozo en el Señor: exultavit spiritus meus in Deo salutari meo, cantó en la casa de Isabel. Ojaká así sea el nuestro porque pensamos en hacer el bien a los demás, con desinterés.