Decisiones malas, decisiones buenas
P. Fernando Pascual
4–4–2017
Tarde libre. Salgo de paseo o empiezo a limpiar a fondo la cocina. Llamo a los familiares o curioseo un
poco entre los amigos de Facebook.
Tomé mi decisión. Hice más cosas o menos cosas. Al final, una voz interior me dice: escogiste bien. O,
en ocasiones, me recrimina: has perdido tu tiempo.
En el fondo de nuestro corazón queremos hacer decisiones buenas y evitar las malas.
El problema está en que a veces nos equivocamos por ingenuos, o por apresurados, o por impulsivos, o
por perezosos, o por egoístas.
Las decisiones malas, si implican una ofensa a Dios y a los demás, provocan un fruto dañino: el
pecado. Llevan a la muerte y al vacío.
Las decisiones buenas, en cambio, nos unen a Dios y nos acercan a los hermanos. Alimentan las
virtudes. Llevan a la vida y a la plenitud.
Por eso, ante cada decisión, vale la pena dedicar un momento para orar, para sopesar los pros y los
contras de las diferentes alternativas.
Contamos con ayudas estupendas para escoger lo bueno. El Espíritu Santo habla en mi corazón. Hay
sacerdotes y laicos que pueden aconsejarme.
Luego, cada uno tiene entre sus manos ese don magnífico de la libertad. Con ella es posible renunciar
al mal camino y avanzar por el sendero del amor.
Si la decisión fue mala, si me dejé arrastrar por la pasión, Dios me ofrece nuevas oportunidades: la
Cruz de su Hijo hace posible el abrazo de la misericordia.
Cada mañana, cada tarde, tengo ante mí nuevas opciones. Pido luz a Dios para encontrar lo bueno, y
fuerzas para llevarlo a cabo.
A través de decisiones buenas el mundo se abre a horizontes de belleza, porque el Reino de Dios y su
justicia se han hecho, nuevamente, presentes en medio de un mundo necesitado de esperanza.