Cómo relativizar a un relativista bíblico
P. Fernando Pascual
31–3–2017
En el mundo de hoy hay quienes elaboran y divulgan una interpretación relativística del mensaje
cristiano.
Según estos autores, el mensaje de Cristo no sería claro. Lo que tenemos en los Evangelios sería una
reflexión de los primeros creyentes que no refleja lo que hubiera dicho con exactitud el misterioso
profeta venido de Galilea.
Además, añaden otros, Jesús hablaba a la gente de su tiempo, mientras que la Iglesia necesita adaptar
su mensaje a cada época y dejar espacio para que cada uno interprete lo que puede valer o no valer para
su situación actual.
Con observaciones de este tipo, el cristianismo queda a merced de los intérpretes. Uno lo leerá en clave
permisivista, otro en clave rigorista, otro en clave historicista, otro simplemente lo desechará como
anticuado...
Esta manera de vaciar el Evangelio cae en varios errores. El primero consiste en imponer una lectura
bíblica arbitraria, que depende de los hombres y que se aparta de la comunidad.
El segundo implica dejar de lado el evento fundamental cristiano, que se explica desde la intervención
de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, en la historia humana. Entonces, el relativista bíblico se limita a
encapsular el mensaje en esquemas racionalistas y contingentes.
El tercero radica en apartarse de la Iglesia, surgida desde Cristo y asistida por el Espíritu Santo, para
promover un pluralismo interpretativo que ya ha provocado daños evidentes en la atomización de
grupos protestantes y en tantos errores teológicos del pasado y del presente.
El Evangelio no es un libro que se lee como se lee cualquier documento de un periodo antiguo. Para
los creyentes, la Biblia surge desde Dios y es interpretada, legítimamente, por la Iglesia.
Cualquier visión de tipo relativista separa la Palabra de Dios de su origen y la deja en manos de un
subjetivismo asfixiante, en el que cabe decir hoy lo contrario de ayer, a sabiendas de que el relativista
contemporáneo será confutado por relativistas más “modernizados” en los próximos años...
Vale para hoy lo que ya enseñaba san Pablo a los primeros creyentes: “Me maravillo de que
abandonando al que os llamó por la gracia de Cristo, os paséis tan pronto a otro evangelio –no que haya
otro, sino que hay algunos que os perturban y quieren deformar el Evangelio de Cristo–. Pero aun
cuando nosotros mismos o un ángel del cielo os anunciara un evangelio distinto del que os hemos
anunciado, ¡sea anatema! Como lo tenemos dicho, también ahora lo repito: Si alguno os anuncia un
evangelio distinto del que habéis recibido, ¡sea anatema!” (Ga 1,6–9).