CADA DÍA SU AFÁN DIARIO DE LEÓN
SOBRE EL DÍA SAN VALENTÍN
En nuestro tiempo se ha extendido por todo el mundo la celebración en honor de San
Valentín, como día del amor y de la amistad. Ya sabemos que esa fiesta ha sido introducida con
fines comerciales. De alguna forma había que estimular a los ciudadanos con una ocasión para
comprar y ofrecer regalos. Así que se eligió una fecha a medio camino entre las compras del
tiempo de Navidad y las de la próxima primavera.
Muchos hemos criticado esta visión comercial que hace del amor un motivo más para
ofrecer a la venta nuevos artículos y nuevos servicios. Sin embargo, en su exhortación La
alegría del amor, el Papa Francisco nos ha dicho que, en el acompañamiento de los novios
hacia el matrimonio, no hay que olvidar los valiosos recursos de la pastoral popular.
De una forma muy suave nos ha reprochado no tener en cuenta la importancia de este día.
Esto es lo que nos ha dicho: “Para dar un sencillo ejemplo, recuerdo el día de san Valentín, que
en algunos países es mejor aprovechado por los comerciantes que por la creatividad de los
pastores” (AL 208).
Deberíamos estar más atentos a lo que se hace y se promueve en nuestro ambiente. Y
tenerlo en cuenta para promover los ideales humanos y cristianos. Efectivamente, también esta
celebración puede ser aprovechada para invitar a los novios a una jornada de reflexión sobre lo
que es el amor, lo que significa para las personas y lo que exige de su responsabilidad.
El amor es la canción del noviazgo. Mil veces lo han repetido los poetas de todos los
siglos. El noviazgo puede parecer a simple vista una situación que afecta solamente a dos
personas. Pero según la conocida frase de Antoine de Saint–Exupéry, el famoso autor de El
Principito, “amar no es mirarse uno a otro a los ojos, sino mirar juntos en la misma dirección”.
El noviazgo no puede identificarse con el ensimismamiento.
Ser novios significa elegir y haber sido elegidos. Y la elección no se merece, se agradece.
El amor es gratuito, pero no puede ser ingrato. El noviazgo no puede ser una etapa en la que las
personas se aíslen en la contemplación mutua, ignorando a los demás. La utopía de la isla
solitaria es una fantasía irreal.
El mismo Papa Francisco ha escrito que lamentablemente, muchos novios llegan sin
conocerse a la celebración del matrimonio. “Sólo se han distraído juntos, han hecho
experiencias juntos, pero no han enfrentado el desafío de mostrarse a sí mismos y de aprender
quién es en realidad el otro” (AL 210).
Los novios necesitan un tiempo para conocer el ser del otro, sus ideales y los medios que
ambos están dispuestos a usar para alcanzarlos. Y, aunque parezca extraño, necesitan también
la cercanía y la ayuda de sus familias y de toda la comunidad cristiana. Todos ellos son el
futuro de la sociedad. Y los novios cristianos son el futuro de la Iglesia.
José–Román Flecha Andrés