Abrir los ojos del alma
P. Fernando Pascual
4–2–2017
Para ver sillas, mesas, cuadros, lámparas, estantes, hay que abrir los ojos del cuerpo. Para sintonizar
con Dios y con las necesidades y los corazones de otros hay que abrir los ojos del alma.
En el camino de la vida atravesamos miles de situaciones. Alegrías y penas, curaciones y
enfermedades, soledades y fiestas, pobrezas y suficiencias.
En ocasiones, ni vemos ni sentimos lo que pasa en quienes están a nuestro alrededor. Eso ocurre
cuando nos encerramos en los propios problemas y planes, cuando bajamos los párpados del alma.
Otras veces somos nosotros los que esperamos una ayuda, una felicitación, un gesto fraterno de
amistad y cercanía. Con sorpresa, en ocasiones palpamos el silencio y la apatía de los que pasan a
nuestro lado.
Para que la soledad no nos engulla, para que las penas y las alegrías puedan ser compartidas, vale la
pena ese esfuerzo sencillo y hermoso por abrir los ojos del alma, hacia Dios y hacia los demás.
Veremos, o seremos vistos. Luego, esperamos, los corazones empezarán a percibir necesidades. Del
corazón a la mente, y de la mente a las decisiones: un impulso de cercanía llevará a actos concretos
de escucha y de ayuda.
El mundo vive ahogado por culpa de soledades e indiferencias. No resulta fácil salir de uno mismo
porque miedos y prisas aprisionan corazones. Pero con una mirada diferente descubriremos un
horizonte magnífico de posibilidades bellas.
Este día puedo abrir los ojos del alma. Percibiré, de modo decisivo, que Dios me mira con un cariño
insospechado. Desde esa mirada, empezaré a estar más disponible para otros, a los que podré ayudar
o de quienes podré acoger esa cercanía que todos anhelamos ardientemente.