Aprender a corregir
P. Fernando Pascual
14–1–2017
El niño hizo un capricho. Varios alumnos faltaron al respeto a un compañero. En el lugar de trabajo
dos empleados emplearon parte de su tiempo laboral para apuestas online o para dialogar en Facebook.
En el hogar él o ella dejaron cosas fuera de sitio y la vajilla sin lavar.
Ante situaciones parecidas, uno siente el deseo de corregir. Pero entonces surgen las preguntas: ¿sabré
hacerlo bien? ¿Servirán mis palabras? ¿Cómo decirlas? ¿No es oportuno callar por ahora?
No resulta fácil corregir. En parte, porque el mismo hecho de encontrarse con un comportamiento
negativo causa en nosotros tristeza y daño. En parte, porque hay quienes se cierran en sí mismos
cuando reciben una amonestación.
Pero en ocasiones hay que hacerlo. La política del avestruz daña. Es el momento de corregir a quien se
porta mal, porque necesita ser avisado, sobre todo cuando se trata de defender a quienes sufren por
culpa del comportamiento del infractor.
Por eso uno de los artes educativos y sociales que necesitamos aprender es el de la corrección. Una
corrección que, desde el inicio, debe tener claros sus objetivos: reparar una injusticia, ayudar a mejorar
al otro. Luego, que necesita encontrar el modo mejor a la hora de ofrecer las palabras correctivas.
A pesar de las dificultades, cada corrección nace de la esperanza, y sabe también evitar todo exceso
que ofenda indebidamente al otro. Como enseña el Libro de los Proverbios: “Mientras hay esperanza
corrige a tu hijo, pero no te excites hasta hacerle morir” (Pr 19,18).
En sociedades donde, “por el bien de la paz”, para evitarse problemas o críticas, algunos rehúyen sus
deberes educativos, brilla con belleza el testimonio de quienes saben corregir con valor, tacto y
prudencia.
Quizá reciban reacciones de desprecio o indiferencia. Pero no faltarán, gracias a Dios, respuestas
positivas y cambios en los comportamientos de quienes perciben una corrección que nace del cariño.
Porque una corrección bien dada, con amor y respeto, ayuda a quien ha actuado malamente y lo
empuja a cambiar de vida. Agradecerá la palabra recibida, se esforzará por superar un defecto, hará lo
que considere justo por reparar algún daño. En definitiva, dará pasos, pequeños o grandes, en el camino
que permite alcanzar una vida auténticamente buena y solidaria.