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VIVIR CON ESPERANZA
Angel Gutiérrez Sanz
Una de las peores angustias que puede sufrir el ser humano es tener el
sentimiento de que todo está perdido, sin que haya horizontes de futuro.
Esta fue la experiencia profunda de la que partió el existencialismo para
acabar en la desesperación. Tratar de vivir una existencia auténtica sin
ningún tipo de esperanza resulta especialmente complicado, tal fue lo que
dejó patente el propio existencialismo y por ello debiéramos estarle
agradecidos. El mito de Sísimo de Albert Camus discurre a la par que la
proclama solemne del absurdo Sartriano
La temporalidad está llamada a acabar con todos nuestros afanes humanos
y nos coloca en situación de tener que rendirnos ante la dramática
experiencia de la finitud humana. Sabemos que con el tiempo todo se acaba
y esto nos produce cierto desasosiego. Lo malo del existencialismo ateo es
que al no querer hablar de Dios, se condenó a sí mismo a no tener otra
salida que no fuera el sin-sentido y la nada. Esto es lo que Simone de
Beauvoir reconocía con estas palabras: ”Al suprimir a Dios nos hemos
quedado sin lo único que merecía la pena”. De poco pueden servirnos los
recursos unamunianos que buscan consuelo en una existencia imperecedera
a través del recuerdo o la descendencia. No sirve darle vueltas, nada hay
tan triste como un cielo vacío. Sin Dios todos los esfuerzos resultan vanos
y estamos abocados a que nuestras ansias infinitas de pervivencia se
estrellen contra un muro.
La osadía del existencialismo ateo acabó mal. El hombre de la
posmodernidad continuó con la falta de esperanza, tomándose muy en serio
la consigna de Nietzsche: “Os conjuro, hermanos míos, no deis crédito a
los que os hablan de fe en esperanzas sobrenaturales”; por lo demás no ha
querido saber nada de la angustia existencial, aunque para ello tuviera que
hacerse trampas y refugiarse en una existencia inauténtica, lejos de
cualquier pretensión metafísica. Zambullido en un presente evanescente,
sin pasado y sin futuro, al hombre actual lo único que le importa es
disfrutar a tope del momento presente.
Se pensó que este tipo de existencia falseada, que sólo se conforma con
tener y consumir, podría saciar las ansias de felicidad una vez adormecidas
las inquietudes humanas más profundas; pero esto cada vez parece menos
cierto. Por aquí y por allá comienza a aflorar el sentimiento de que sin
esperanzas de futuro no se puede ir muy lejos. Estamos viendo como
irrumpe con fuerza un tipo de religiosidad salvaje, que demuestra bien a las
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claras que cada uno de nosotros necesitamos una respuesta esperanzada a la
pregunta ¿Qué será de mi cuando el presente efímero haya pasado?
Para el hombre de hoy lo más difícil de sobrellevar no es la crisis de fe y de
pensamiento sino la crisis de esperanza. Lo que por experiencia
constatamos cada día es que sin verdades se va tirando malamente, pero sin
esperanza es que la vida se hace casi insoportable. Este fue el grave escollo
con el que tropezó el existencialismo, éste es también el gran obstáculo de
la posmodernidad y en general de todos los humanismos ateos que se
cierran a la trascendentalidad. Después de los diversos intentos en los
últimos tiempos de construir una antropología sin Dios, lo que nos ha
quedado es un enorme vacío, un nihilismo donde acaban ahogándose todos
los anhelos humanos
En cambio todo es distinto cuando se contempla la existencia humana
desde la perspectiva de la trascendencia. Es entonces cuando aflora el
optimismo en forma esperanza, que nos trae la quietud y el consuelo del
espíritu. De la confianza en Dios hizo el patriarca Abraham la razón de su
vida, de ella se alimentó y en ella encontró la seguridad que necesitaba para
afrontar las situaciones más difíciles que se iban presentando. La imagen
del Patriarca ascendiendo al monte Moira, para sacrificar a su propio hijo
por mandato divino, produjo admiración y temblor a Kierkegaard y ¿a
quién no?... De la espera y la esperanza el pueblo de Israel llegó a hacer la
condición de su vida y el leivmotif de su historia. A diferencia de otros
pueblos, la historia de Israel es una historia abierta a la esperanza , que a
veces rayaba en lo humanamente imposible y a pesar de todo nadie podrá
decir que sus patriarcas y profetas hayan fracasado en su misión, ni que
hayan quedado frustradas sus expectativas.
Día a día los israelitas estuvieron viviendo de las promesas venidas de lo
alto, que siempre se cumplían puntualmente. Durante siglos fueron los
protagonistas del Adviento con mayúscula en tiempo real. Toda la historia
del pueblo de Israel gira en torna a la esperanza de ver a Dios
manifestándose a su pueblo
Son muchos los motivos que pueden inducir al viajero a visitar Tierra
Santa; pero uno de ellos bien pudiera ser el que allí se va encontrar con la
tierra que fue elegida por Dios para ser el lugar de la esperanza. La
impresión que yo tuve cuando visite estos lugares es la de que en ellos se
pueden vislumbrar las razones ocultas para poder esperar contra toda
esperanza.
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Dios no se cansaba de poner a prueba la confianza de su Pueblo. Tiempos
de esclavitud en Egipto, Moises vagando durante 40 años difíciles por el
desierto en busca de la tierra prometida, que él nunca llegaría a ver; años
de tribulación durante el exilio en Babilonia, siglos de peregrinaje y espera
hasta ver cumplida en tierra de Canáan la promesa de Dios anunciada por
los profeta: “ Mirad una virgen concebirá y dará a luz un hijo y se llamará
Emmauel., Dios con nosotros” (Isaías 7,14) Bien se puede decir que la
vida del hombre bíblico gira en torno al Dios de la esperanza.
Hace unos días pude asistir en el Auditorio Nacional a una magistral
interpretación de “El Mesías” de Häendel y vivir dos horas de emoción
intensa, saboreando los momentos más destacados de la Historia de la
Salvación, convertidos súbitamente en canción y plegaria, por virtud de la
fuerza creadora de uno de los más grandes genios de la música. La alegría
llegaba al interior del espíritu, potenciada por el gozo estético y uno salía
de ese lugar con el ánimo reconfortado.
Después de haber escuchado este genial Oratorio, hasta llegué a pensar
que los cristianos debiéramos sentirnos menos pesimistas, pues andamos
cabizbajos y alicaídos, lamentándonos por todas las desgracias que ocurren
en este mundo, tan convulsionado, donde hay guerras, hambre, violencia;
donde el pez grande se come al pez pequeño y los lobos devoran a las
ovejas. Nos ronda la tentación de arrojar la toalla, porque pensamos que ya
nada podemos hacer y que este mundo nuestro está dejado de la mano de
Dios.
Estamos tristes y puede que un poco desesperanzados cuando debiéramos
ser conscientes de que nos encontramos todavía en tiempos de espera, hasta
que se cumplan todas las profecías del Apocalipsis, que nos hablan de que
todo será restaurado en Jesucristo, que nuestros males no van a durar
siempre y lo que nos espera es un cielo nuevo y una tierra nueva donde
impere la justicia.
En realidad estamos viviendo en directo el Segundo Adviento, que acabará
con la segunda venida triunfal de Jesucristo a la tierra, como Rey de Reyes
y Señor de Señores. El Reino de Dios quedará instaurado en la tierra y se
cumplirán aquellas profecías que todavía no se han cumplido.
Con hermosas palabras de Isaías predice que: “Cuando llegue ese día el
lobo se llevará bien con el cordero, el tigre y el cabrito descansarán
juntos, el ternero y el león crecerán uno junto al otro, la vaca y el oso
serán amigas, sus crías descansarán juntas, el león y el buey comerán
pasto juntos. El niño jugará con la serpiente y meterá la mano en su nido.
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En Jerusalén aquel día no habrá nadie que haga daño, porque todos
conocerán a Dios. Cuando llegue ese día subirá al trono un descendiente
de David y juntará a todas las naciones”. Estas palabras premonitorias no
nos eximen de luchar por un mundo mejor, sino que nos estimulan a
hacerlo con optimismo. A todos nos interesa volver cuanto antes al
humanismo de la esperanza .