Cuando sufre un ser querido
P. Fernando Pascual
22-10-2016
Un científico está en su mejor momento académico. Clases, conferencias, artículos, libros. De repente,
una llamada telefónica. Acaban de diagnosticar cáncer en su esposa.
Un filósofo razona una y otra vez de modo brillante y riguroso. Cientos de personas siguen sus
reflexiones. Un día llega la noticia: su hija acaba de chocar y está gravemente herida en el hospital.
Un teólogo habla y escribe sobre Dios, sobre el hombre, sobre el mundo, sobre el bien y el mal. Un día,
le avisan de la muerte de su hermano más querido.
En medio de un camino “normal”, con un presente sereno y un futuro prometedor, noticias dolorosas
cambian todo el panorama. Las certezas parecen tambalearse. Hace falta contar con fuertes
agarraderas.
La vida encierra un misterio continuo. Es cierto que los horarios conservan cierta rutina, que los
autobuses aparecen a tiempo, y que el trabajo nos recibe con la monotonía de siempre.
Pero la noticia inesperada sobre el dolor de un ser querido abre los ojos ante el hecho ineliminable de
nuestra fragilidad. En este mundo nada es estable ni permanente.
Las respuestas ante esas noticias dependen de cada uno. Hay quien almacena en su corazón recursos
para encajar el golpe. Otros están completamente desprevenidos. Entonces parece que el mundo se
tambalea y faltan fuerzas para reaccionar.
Acaba de llegar una noticia inesperada y dolorosa. Un ser querido sufre. Queremos, ahora, estar a su
lado, acompañarle en sus dudas y temores, ofrecerle lo mejor de nosotros mismos.
Sobre todo, queremos abrir los ojos del alma para descubrir que, tras las nubes y las penas existe un
Dios que es Padre y que nos ama, no siempre de modo comprensible, pero sí con la seguridad que da la
Pascua.
También Cristo tuvo que pasar por una prueba que hizo gemir su naturaleza humana. El sudor de
sangre en Getsemaní acompaña a los hombres y mujeres que hoy sufren en su propio cuerpo o lloran
por las penas de sus seres queridos.
Más allá del Calvario hay un Sepulcro vacío. El dolor y la muerte no fueron la última palabra de la
historia humana. Unidos a Cristo, caminamos en medio del sufrimiento, con la esperanza de que, algún
día, será consolada cada lágrima y se abrirá el horizonte maravilloso de un cielo eterno.