EL ÁRBOL DE MORAS
En el patio de la parroquia crece un árbol de moras.
Poco a poco se ha ido desarrollando con fuerza y frondosidad.
Sus hojas se encargan de cubrir de sombra un espacio que se va haciendo
cada vez más grande.
Desde hace unos días ha comenzado a llenarse de frutas maduras.
Desde lejos pueden verse sus particulares frutas puesto que está colmado
de puntos blancos.
Había otro que daba frutas de color morado pero se ha secado.
Solamente queda este que da frutas de color blanco.
Dulces, grandes y muy sabrosas.
Son como apretados racimos de pequeños granos blancos que uno puede
morder con deleite permitiendo que su sabor ocupe toda la boca.
Algunos de los que participan del comedor no dudan en darle unos buenos
toques por largo rato.
Ellos pueden deleitarse comiendo las frutas que se encuentran al alcance de
sus manos.
Mucho más arriba, en las ramas más alejadas, son otros quienes se
encargan de los abundantes frutos.
Son diversas las aves que, día a día, se llegan hasta sus ramas para
alimentarse con sus frutos.
Picotean diversas frutas hasta que encuentran alguna bien madura y logran
hacerla pasar por su pico.
Por la mañana, mientras tomo unos mates, paso rato observándoles.
Son muchas las frutas que hacen caer al suelo.
Porque sacan una y otras caen al moverse la rama o porque son demasiado
grandes los racimos como para poder tragarlas.
Los benteveos les dan mil vueltas en el pico para buscarle el modo de
tragarles.
Las palomas son más torpes y dejan caer las frutas que, de entrada, no
pueden tragar.
Los zorzales las van picando sin importarles caigan por efecto de sus
picotazos.
Luego, pasado el tiempo de las frutas quedarán sus hojas dadoras de
sombra.
Le miraba y pensaba en él como un regalo de Dios.
Regalo de Dios por todo lo que el árbol de mora es capaz de regalar.
Allí está para que se aproveche su ser.
Allí está brindándose sin poner exigencias.
Nada le puede impedir saberse útil y disfrutable.
Así deberíamos ser cada uno de nosotros con los dones que Dios nos ha
dado.
No son para que se queden en nosotros sino para que los brindemos a los
demás.
Nuestra presencia adquiere su más pleno sentido cuando podemos ser útiles
a los demás.
Útiles para las personas que nos rodean o útiles para un universo mejor.
Es poner nuestros dones al servicio y dejar que los demás se valgan de ellos
como mejor lo deseen
No podemos imponer la utilidad que se le puede dar a lo que somos.
No podemos elegir a los destinatarios de lo que somos.
Para todo ello debemos asumir que valemos en cuanto dotados de dones.
Valemos cuando no tenemos ni hojas ni frutos ya que ello está creciendo en
nuestro interior.
Valemos cuando estamos colmados de frutos o de hojas ya que útiles para
los demás.
Miraba el árbol de moras y deseaba pudiese ser tan útil como él.
Padre Martín Ponce de León S.D.B.