CADA DÍA SU AFÁN Diario de León, 15.10.2016
EL HOGAR DE TERESA
Muchas personas atribuyen a sus padres la causa de los errores que cometen y hasta de
su curtida inmoralidad. Teresa de Jesús, a la que hoy recordamos, es una maestra de
serenidad y de gratitud hacia sus padres, Alonso Sánchez de Cepeda y Beatriz Dávila y
Ahumada. No queda en su corazón ni el menor espacio para el resentimiento.
Desde muy niña, Teresa comenzó a sentir grandes deseos de ser santa. Andando el
tiempo, Teresa asume toda la culpa por no haber sido siempre fiel a aquel impulso inicial
recibido de sus padres: “Fatígame ahora ver y pensar en qué estuvo el no haber yo estado
entera en los buenos deseos que comencé. […] sé que fue mía toda la culpa” (V 1,7-8).
La libertad juega un gran papel en este proceso de disculpa y de justificación personal.
Se olvida que la libertad no es tanto un punto de partida cuanto un punto de llegada. Teresa
ha intuido ya esta contradicción, como lo demuestra al escribir: “¡Oh, que sufre un alma,
válame Dios, por perder la libertad que había de tener de ser señora, y qué de tormentos
padece!” (V 9, 7).
Aunque hayan elegido con libertad, muchas personas tratan de justificar y disculpar
sus malas acciones u omisiones. Con frecuencia arguyen que en su infancia estaban tan
determinadas por el ejemplo y las presiones de su familia que nunca fueron libres para tomar
una decisión responsable.
Teresa recuerda su hogar y agradece lo que en él ha recibido. Recordar es pasar las
memorias por el filtro del corazón. Y para el creyente, recordar equivale a orar. Pues bien,
Teresa recuerda qué impresión tan fuerte le produjo leer Las Confesiones de San Agustín:
“Cuando llegué a su conversión, y leí como oyó aquella voz en el huerto, no me parece sino
que el Señor me la dio a mí, según sintió mi corazón: estuve por gran rato que toda me
deshacía en lágrimas, y entre mí misma con gran aflicción y fatiga” (V 9, 7).
Teresa suele envolver sus recuerdos en la oración. De hecho, se dirige a Dios para
reconocer el bien que ha recibido: “No me parece os quedó a Vos nada por hacer para que
desde esta edad no fuera toda vuestra. Cuando voy a quejarme de mis padres, tampoco
puedo, porque no veía en ellos sino todo bien y cuidado de mi bien” (V 1,7-8).
¡El bien! ¡Todo bien! Ese es el resumen de los recuerdos de Teresa. El bien es el
verdadero motivo para alimentar y conservar la gratitud hacia sus padres. El bien es el gran
don de Dios, que ha llegado hasta ella por la mediación del hogar. El bien como ideal de
vida y como norma para el comportamiento diario. ¡Siempre el bien!
Cabe preguntarse si en las familias de hoy se percibe una preocupación semejante
por el cultivo y la promoción de buenas ideas, buenos sentimientos y buenas costumbres.
No se puede olvidar que en la búsqueda del bien estriba la felicidad.
José-Román Flecha Andrés