Ante un fracaso
P. Fernando Pascual
8-10-2016
Fracasa el general por su imprudencia o al verse superado por la habilidad del adversario.
Fracasa el estudiante por su pereza o porque el programa de estudios era demasiado exigente para sus
capacidades.
Fracasa el político al convertirse en víctima de calumnias o, peor todavía, al ser descubierto en delitos
reales.
Fracasa el cristiano cuando, tras haber repetido tantas veces el credo y haber leído el Evangelio,
sucumbe a una pasión baja y comete un pecado grave.
Fracasos hay miles y miles. Unos conocidos, divulgados, casi filmados en sus daños. Otros
desconocidos, familiares, íntimos.
Ante un fracaso, resulta fácil caer en el abatimiento. Después de tanto esfuerzo, o a causa de los daños
recibidos, casi no quedan fuerzas para recomenzar.
También es posible afrontar los hechos, asumir las responsabilidades, reconocer los errores cometidos,
aprender de la derrota, y volver a empezar.
No es fácil, porque un fracaso deja sus heridas, sobre todo cuando nos reprochan, o nos reprochamos,
que hubiera sido posible evitar lo ocurrido.
Pero no por ello es imposible ir más allá de la derrota. El esposo o la esposa que fracasaron en su amor
pueden llegar a un gesto humilde de perdonar y pedir perdón, y volver a empezar.
Sobre todo, es posible ir más allá del fracaso desde la confianza puesta en Dios. Con Él hay esperanza.
Incluso el pecador sabe que hay Alguien dispuesto a perdonarlo.
El fracaso queda ahí, fijo, en un pasado imborrable. Pero tengo ante mí un presente fresco y abierto a
mil posibilidades. Sobre todo, tengo un corazón dispuesto a dejarse ayudar por Dios y por tantas manos
buenas. Desde cada ayuda buena, será posible vivir para dejarme amar y para amar.