¿Coaching espiritual?
P. Adolfo Güémez, L.C.
«Para ir hacia el Señor necesitamos siempre una guía, un diálogo. No podemos hacerlo
solamente con nuestras reflexiones», asegura el Papa emérito Benedicto XVI.
Es frecuente que la gente se acerque a los sacerdotes para pedir un consejo o una
orientación. Porque en nosotros ven la posibilidad de obtener luz, sobre una situación
difícil, o sobre una decisión trascendente.
A uno como sacerdote le llena de satisfacción poder ayudar a estas personas, darles paz,
sosiego y una esperanza.
Pero una cosa es pedir consejo, y otra es tener un director espiritual. Lo primero es algo
ocasional; lo segundo es algo habitual. Lo primero puede ser con quien se tenga a la mano
en ese momento; lo segundo, con alguien con quien se mantiene un diálogo constante.
Hoy día se habla mucho del “coaching” como un método de asesoría para acompañar y
entrenar a una persona o a un grupo en una habilidad concreta.
En este sentido, la dirección espiritual no es un simple coaching espiritual. Tampoco es
exclusivamente una ayuda para tomar decisiones. No es la alternativa “barata” a los
sicólogos. Es mucho más que eso.
Porque en la dirección espiritual no se trata nada más de aprender algo o de salir de un
problema. Ahí se tocan todas las facetas de la vida cristiana: la oración, la vocación, el
apostolado, las caídas, las virtudes… Se forma a la parte humana de la persona, para que
sea capaz de responder a las gracias de Dios: la voluntad, la conciencia, la afectividad.
Un buen director espiritual es quien te ayuda a discernir la voluntad de Dios en tu vida, te
anima y ofrece medios para cumplirla. Pero jamás será un sustituto a la voz de Dios,
porque, a fin de cuentas, la única persona que puede descubrir Su voluntad para tu vida eres
tú mismo. El director espiritual es una ayuda para que cada oveja se deje cuidar, acompañar
y dirigir por el único Buen Pastor.
Es decir, que la dirección espiritual es una conversación entre tres personas: tú, el director y
Dios.
Ya podemos ver que la parte importante en esto no se la lleva el director, ni siquiera el
dirigido. El verdadero protagonista ha de ser siempre Dios, a través del Espíritu Santo.
Antes de proseguir quiero aclarar que no sólo los sacerdotes somos directores espirituales.
Las personas consagradas, religiosas y religiosos, así como algunos laicos especialmente
capacitados, pueden y deben desempeñar este hermoso servicio.
Esta práctica ha formado parte de la vida de la Iglesia desde siempre. De tal manera que los
grandes santos siempre tuvieron a un buen director espiritual detrás de ellos: san Ignacio de
Loyola, san Francisco Javier, san Juan de la Cruz, santa Teresa de Jesús, santa Faustina
Kowalska, san Juan Pablo II…
¿Me hace de verdad falta una dirección espiritual?
Cada uno debe preguntarse y lo debe de decidir. Lo cierto es que la realidad de hoy es muy
compleja, y a cada paso surgen preguntas y situaciones delicadas que requieren de luz, sea
en el trabajo, la familia, la historia personal. ¿Qué es lo que Dios quiere de mí en este
preciso momento de mi vida?
Además, si en verdad quieres progresar en la vida cristiana, lo más normal es tengas un
director espiritual. Sé que no abundan, y que los que nos dedicamos a eso estamos más que
saturados. Pero, como dice Jesús, pidan y se les dará, busquen y encontrarán. Busca en tu
parroquia, en algún Movimiento, en los conventos. Si sientes la necesidad, seguramente
Dios ya tiene a alguien preparado para ti.
Termino con esta cita, en la cual el confesor se puede entender también como el director
espiritual: «El alma responde con más fidelidad a la gracia de Dios si tiene un confesor
experimentado a quien confía todo.» (Santa Faustina Kowalska)
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