La irrupción definitiva del bien
P. Fernando Pascual
4-9-2016
La historia humana está marcada por una terrible irrupción del mal. Un mal que sigue vivo entre
nosotros. Un mal que amenaza continuamente nuestras mentes y nuestros corazones.
Esa misma historia, sin embargo, cuenta con una irrupción magnífica del bien: la venida del Hijo de
Dios entre los hombres.
Esa irrupción desveló plenamente el Amor del Padre hacia cada uno de sus hijos. Abrió un horizonte
de misericordia para los pecadores. Destruyó las cadenas de la muerte. Iluminó con esperanza la
historia humana.
Los milagros del Evangelio son solo una señal que permite reconocer esa irrupción. Sobre todo, el
sacrificio del Calvario y la victoria de la Pascua permiten tocar la gran victoria del bien sobre las
fuerzas terribles del mal.
Desde entonces, millones de hombres y de mujeres pueden recibir una luz superior y dar el paso de la
fe. Las heridas del pecado quedan suprimidas gracias al arrepentimiento. La fuerza de la cruz lleva a la
victoria de la vida eterna.
Ya no hay lugar para las lágrimas: “No llores; mira, ha triunfado el León de la tribu de Judá, el Retoño
de David” (
Ap
5,5). El mundo recibe una luz que destruye las tinieblas. El bien aniquila el poder del
maligno.
La irrupción definitiva del bien lleva la paz y la alegría a los corazones. El canto del Aleluya se
convierte en la bandera del cristiano. El pecado queda destruido en quienes piden, humildemente,
perdón a quien murió en el Calvario por nuestro amor.
«¡Aleluya! La salvación y la gloria y el poder son de nuestro Dios, porque sus juicios son verdaderos y
justos; porque ha juzgado a la Gran Ramera que corrompía la tierra con su prostitución, y ha vengado
en ella la sangre de sus siervos». (...) Y salió una voz del trono, que decía: «Alabad a nuestro Dios,
todos sus siervos y los que le teméis, pequeños y grandes». (...) «¡Aleluya! Porque ha establecido su
reinado el Señor, nuestro Dios Todopoderoso. Alegrémonos y regocijémonos y démosle gloria, porque
han llegado las bodas del Cordero, y su Esposa se ha engalanado» (
Ap
19,1-7).