Ese misterioso silencio de Dios
P. Fernando Pascual
27-8-2016
La historia humana está llena de momentos dramáticos, de dolor, de angustia: enfermedades,
terremotos, guerras, crisis económicas, sequías o inundaciones.
Ante tantos dramas, sobre todo aquellos que pudieron evitarse con buena voluntad y con corazones
generosos, surge la pregunta: ¿por qué Dios no intervino? ¿Por qué dejó que los acontecimientos
siguieran su curso?
¿No habría podido evitar muchos dolores si hubiese anticipado la muerte de quien luego llegó a ser un
dictador despiadado? ¿No habría aliviado a los pobres si hubiese tocado el corazón de tantos banqueros
para que fuesen menos egoístas y más atentos al bien común?
El silencio de Dios siempre sorprende. Desearíamos que actuase con frecuencia para atender a los
enfermos, para detener los cañones, para promover construcciones más seguras, para evitar el daño
provocado por pirómanos.
Sobre todo, desearíamos que moviese los corazones para que se alejen del mal y se orienten hacia el
buen camino. ¿No habría menos lágrimas si hubiera menos pecados?
Incluso a veces parece que nos gustaría que en el Evangelio el Maestro triunfase sobre la injusticia, en
vez de tener que pasar por el fracaso incomprensible de las humillaciones y de la muerte en cruz.
Estamos ante un misterio. Dios es bueno, pero sus designios son incomprensibles. No está sometido a
nuestros planes, ni somos capaces de comprender por qué dotó a los humanos de una libertad que
origina, junto a tantas vidas santas, también las de quienes se convierten en crueles servidores del mal.
Ante este misterio, nuestro corazón calla, reza, espera. Un día comprenderemos, aunque ya ahora
podemos mirar hacia la mañana de Pascua. Porque ese domingo magnífico el silencio del Padre, que
no rescató a su propio Hijo del Calvario, dio la respuesta capaz de aliviar toda lágrima humana...