NORMALIDAD
Jesús era una persona normal.
No andaba haciendo aspaviento de su realidad.
No andaba rodeado de alardes de poder ni de espiritualidad.
Jesús era una persona tan normal que sus amigos no llegaron a descubrir
quién era realmente.
Por ello es que no pretende un cristianismo carente de normalidad.
Para ser fiel a su propuesta no se necesita de cosas extrañas sino de una
normalidad de vida hecha actitud.
Quiere sepamos vivir la vida valorando lo que Dios nos obsequia pero,
también, disfrutando lo que nos permite vivir.
El cristiano debe ser un ser normal, con un gran sentido común, que
disfruta profundamente las oportunidades que se le presentan.
Habla de las cosas de la vida sabiendo que en ellas se encuentran las cosas
de Dios.
Habla de las cosas de Dios sabiendo que ellas se encuentran desde las
cosas de la vida.
Disfruta los momentos de compartir porque al hacerlo se encuentra con Él.
Se encuentra con Él y, por ello, comparte con los demás la alegría del
compartir.
Lo de Jesús no pasa por rituales extraordinarios.
Lo ritual se hace oportunidad para vivir mejor lo cotidiano.
Lo ritual se hace instante que ayuda a que lo cotidiano sea encuentro con
Él.
El cristiano vive lo que los demás como una oportunidad para encontrarse
con Él y crecer como persona.
Nada de lo nuestro le es indiferente o lejano.
Necesitamos gastar nuestras manos brindándonos con alegría y
espontaneidad.
No necesitamos “hacer gárgaras con Dios” para hablar de Él.
Nuestra mejor prédica debe ser una vida vivida con alegría, coherencia y
naturalidad.
Sabiendo que vivimos la vida en un prolongado proceso de aprendizaje.
Aprendemos con nuestros errores y con nuestros aciertos.
No podemos temer a nuestras equivocaciones.
No podemos vanagloriarnos de nuestros aciertos.
Ellos no son otra cosa que instrumentos para aprender y crecer como
personas que es nuestra única forma de crecer como cristianos.
Normalidad desde la cercanía de una broma.
Normalidad desde el acompañar el dolor de una pérdida.
Normalidad para brindarnos sin esperar a cambio.
Normalidad para aceptar al otro tal como es.
Normalidad para no intentar modificar a los demás aunque no compartamos
su forma de actuar.
Normalidad para hacer lo que debemos de la mejor manera posible puesta
que así debemos actuar.
La normalidad es espontaneidad sin temor a equivocarnos.
La normalidad no es refugiarnos detrás de frases hechas sino aceptar que,
muchas veces, nos quedamos sin palabras.
La normalidad es no esconder quienes somos detrás de fachadas, máscaras
o poses que ayuden a quedar bien.
No vivimos para complacer sino para ayudarnos a ser nosotros mismos.
El cristiano no se refugia en algún templo sino que vive la vida a la
intemperie.
Allí muestra sus valores y su necesidad de ser ayudado puesto que en
soledad no puede ser coherente.
Jesús nos pide una normalidad de vida plena de sentido común.
Padre Martín Ponce de León S.D.B