CADA DÍA SU AFÁN Diario de León, 27.8.2016
PERDONAR LAS INJURIAS
Perdonar es sin duda la más excelente entre las obras de misericordia espirituales.
Todos podemos y debemos estar dispuestos a perdonar. Y todos tendremos que ser
perdonados muchas más veces de las que imaginamos.
A veces pensamos que pedir perdón nos humilla, al poner en evidencia nuestros fallos.
Nuestro orgullo nos impide aceptar el perdón. Por otra parte, la disponibilidad para perdonar a
quien nos ha ofendido revela nuestra generosidad y magnanimidad.
El perdón ha de brotar de la sinceridad y generosidad de la persona. Sólo entonces es un
sentimiento y un gesto de humanidad que hace grande a la persona.
Para la tradición de Israel el perdón es ante todo un don de Dios. Él se revela a Moisés
como “misericordioso y clemente, tardo a la c￳lera y rico en amor y fidelidad, que mantiene
su amor por mil generaciones, que perdona la iniquidad, la rebeldía y el pecado, pero no los
deja impunes” (Ex 34, 6-7).
En las relaciones humanas, el perdón de las injurias es un valor ético y religioso. José
perdona a sus hermanos el crimen que cometieron, al venderlo a unos mercaderes. El joven
David perdona al rey Saúl que trata de darle muerte.
Jesús incluye el perdón en la oración que ense￱a a sus discípulos: “Perd￳nanos como
nosotros perdonamos”. El que ha dicho “perdonad y seréis perdonados”, invita a sus
seguidores a perdonar al que se arrepiente. Él mismo perdona al paralítico, a una pecadora y a
la mujer sorprendida en adulterio.
La enseñanza de Jesús sobre el perdón se encuentra recogida en el llamado sermón
eclesial. Allí exhorta a Pedro a perdonar “hasta setenta veces siete” (Mt 18, 21-22). El mismo
Jesús muere pidiendo el perdón para los que le han condenado a muerte. Y, una vez
resucitado, confirma su elección a Pedro que por tres veces había negado conocerlo.
Nuestra sociedad justifica algunos desórdenes morales, pero después condena y
desprecia a quienes los practican. Los discípulos de Jesús no podemos frivolizar el mal y el
pecado. Pero hemos de estar dispuestos a perdonar al que ha faltado, si se muestra arrepentido
y afronta las consecuencias de sus actos.
Ahora bien, la misericordia no es lo mismo que el buenismo irresponsable. La dignidad
de la persona no puede ser burlada impunemente. Cuando nos ofenden contra toda justicia,
estamos autorizados a reivindicar los derechos de que hemos sido privados. Así lo hizo san
Pablo, encarcelado injustamente en la ciudad de Filipos (Hech 16, 37).
Sin embargo, siempre hemos de intentar mantener una sincera generosidad para
conceder el perdón al que lo suplica. Es necesario un cuidadoso discernimiento para
establecer la línea que separa la intransigencia de la tolerancia, y para promover la defensa de
la dignidad humana del que ofende y del que es ofendido.
José-Román Flecha Andrés