POR UN INSTANTE
Omran es el último rostro de la realidad cruda de muchos niños.
Sentado muy tieso en el asiento naranja de una ambulancia.
No hacía mucho lo habían sacado de su casa que había sufrido destrozos
por un bombardeo.
Luego sacarían a sus otros hermanos y lograrían salir sus padres.
Muy serio y quieto queda sentado, en solitario, en la ambulancia.
Su cuerpo está cubierto de polvo y su rostro sucio de su propia sangre.
Se pasa la mano por el rostro y la observa.
Ve que se ha ensuciado con sangre y, lejos de llorar al descubrirse herido,
atina a limpiársela sobre el asiento en el que se encuentra.
La madre de dos niños, en edad escolar, fue procesada por enviar a sus
hijos a la escuela portando droga dentro de sus mochilas.
Temiendo ser allanada su casa, donde vendía droga, decide involucrar a sus
hijos haciéndoles llevar la “mercadería” a la escuela.
Uno supone que debe de haberles dado muchas recomendaciones sobre los
cuidados que debían tener con aquello que depositaba al cuidado de sus
hijos.
Que no dijesen nada a nadie de lo que llevaban, que no lo mostrasen a
nadie y, tal vez, que dijesen no sabían lo que era aquello ni quien lo había
puesto en sus mochilas si llegaban a ser descubiertos.
Para el mundo de la droga todo vale y todo sirve con tal de no perder el
negocio.
Todo vale y todo sirve aunque sean niños en edad de juegos y risas.
Esos niños, que por su condición de tales, no poseen, públicamente, ni
rostros ni nombres.
Pero la realidad dice que ellos son los rostros an￳nimos de tantas “mulas”
utilizadas para mantener un negocio que dice del hoy y su apetito de
desprecio por la vida.
No recuerdo si dijeron su nombre, sí recuerdo su cuerpo pequeño yaciendo
junto a la costa.
Un hombre lo levanta y lleva su cadáver a algún otro lugar.
Ese cuerpito sin rostro es el rostro de tantos niños que, junto a sus padres,
viven, empujados por la violencia o el hambre (que es otro género de la
violencia), la necesidad de emigrar en pos de un sueño.
Tres rostros niños para la dura realidad.
Tres rostros niños que no pueden estar ausentes en la cercanía de nuestro
“día del ni￱o”.
Ellos son impactos de un instante. Con facilidad nos olvidamos de sus
rostros.
Ellos deberían ser presencia para que muchos niños, como gran obsequio,
supiesen valorar lo que sus padres le han dado.
Valorar lo que tienen y ser agradecidos para con ello.
Solamente desde un corazón agradecido se gesta esa persona valiosa del
mañana.
Un niño es mañana que se va formando y creciendo.
Un niño es futuro que comienza a realizarse desde la vivencia plena del hoy.
Un niño es una sonrisa que debe crecer en la medida que sepa valorar sus
posibilidades.
Un niño es un ser que crece sin desconocer a los muchos otros niños que no
pueden crecer o lo hacen cargando traumas brindados por los adultos.
Violencia, droga e inmigración tres realidades que no deseamos para nadie.
Tres realidades que no deberían llegar a contaminar a los niños de nuestro
hoy.
Ellos no están al margen del mundo que los adultos plasmamos para ellos.
Asumamos el compromiso de ayudarles a tener un corazón pleno de niñez
para que ello sea nuestra mejor manera de decirles: “Feliz día” porque lo de
ellos no es noticia por un instante.
Padre Martín Ponce de León S.D.B.