Perseverar en el amor
P. Adolfo Güémez, L.C.
Hace poco vi una película que relata la historia del equilibrista Philippe Petit, famoso por su paseo en una
cuerda floja entre las Torres Gemelas de Nueva York el 7 de agosto de 1974.
En una de las escenas está aprendiendo a cruzar de un extremo al otro de unos postes. Caminaba
lentamente. Sin embargo, ya a punto de llegar, sus rodillas comienzan a temblarle, y finalmente se cae.
Su tutor le advierte: «La mayor parte de los equilibristas mueren tres pasos antes de llegar. Porque los dan
con arrogancia, pensando en que ya no les va a pasar nada.»
Esto mismo puede suceder en muchos de los matrimonios: después de algunos años de convivencia, se
sienten seguros y entonces se descuidan.
Lo detalles comienzan a faltar. La calidez en las palabras es sustituida por la frialdad. Las miradas pasan
de ser de cómplices a acusadores. Se olvidan, en definitiva, que el amor es una vocación llena de riesgos,
y que jamás podemos postergar.
Muchas parejas se preparan muy bien para la boda, pero no para el matrimonio. La boda es un evento muy
hermoso, pero tiene un inicio y un final muy rápido. El matrimonio, por el contrario, es una carrera de
largo alcance. Un proyecto cuyo único fin es llevarse mutuamente al cielo. Solo hasta entonces se puede
decir que ha llegado a término.
Los matrimonios exitosos no son aquellos “que embonan” y se “compaginan bien”, sino los que
perseveran a base de un esfuerzo diario y sin límites para seguirse amando.
Jamás pienses que tu matrimonio es un fracaso porque tienen diversidad de opiniones, o porque no todo
fluye como lo hacía cuando eran novios, porque a veces se aburren y buscan escaparse el uno del otro.
De hecho, en la vida las mayores satisfacciones no son sino fruto de los grandes esfuerzos, de las metas
alcanzadas con perseverancia.
Un abuelo que cumplía 61 años de matrimonio me lo confesó así: «Padre, si hemos llegado hasta aquí es
porque cuando nos casamos lo hicimos con un 80% de sentimientos y 20% de voluntad. Pero con el tiempo
logramos seguir juntos poniendo un 20% de sentimientos y 80% de voluntad.»
Sé que la vida es ruda, tanto que a veces nos gustaría tirar todo por la borda. En esas ocasiones te invito a
repasar este poema de Rudyard Kipling:
Cuando vayan mal las cosas
como a veces suelen ir,
cuando ofrezca tu camino
sólo cuestas que subir,
cuando tengas poco haber
pero mucho que pagar
y precises sonreír
aun teniendo que llorar,
cuando ya el dolor te agobie
y no puedas ya sufrir,
descansar acaso debes
¡pero nunca desistir!
Tras las sombras de la duda
ya plateadas, ya sombrías,
puede bien surgir el triunfo
no el fracaso que temías,
y no es dable a tu ignorancia
figurarte cuán cercano,
pueda estar el bien que anhelas
y que juzgas tan lejano.
Lucha, pues por más que tengas
en la brega que sufrir,
¡cuando todo esté peor,
más debemos insistir!
Si en la lucha el destino te derriba,
si todo en tu camino es cuesta arriba,
si tu sonrisa es ansia satisfecha,
si hay faena excesiva y vil cosecha,
si a tu caudal se contraponen diques,
date una tregua, ¡pero no claudiques!
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