Una etapa única en nuestra biografía
P. Fernando Pascual
4-8-2016
Cada etapa de la propia existencia es única e irrepetible. Entre esas etapas, la primera fue
especial y decisiva.
¿Por qué? Porque tras la fecundación simplemente éramos seres diminutos, que giraban por los
espacios del seno materno y que tenían que acometer un desarrollo vertiginoso.
En esa etapa éramos criaturas muy frágiles. ¡Cuántos embriones y fetos mueren antes de nacer,
muchas veces sin que lo sepan sus madres! Pero esos seres reaccionaban ante ambiente, “daban”
y “recibían”, crecían y se preparaba para nuevas etapas.
Es cierto que también ahora cada existencia sigue siendo frágil. Basta una infección viral para
que algunos no lleguen al día de mañana. Pero al menos tuvimos un tiempo para ser vistos, para
recibir amor y para amar.
En cambio, en las primeras fases éramos invisibles. Ni siquiera nuestras madres, al inicio,
sospechaban que estábamos allí. En los primeros días íbamos de un sitio a otro mientras se
preparaba la implantación en el útero.
Gracias al amor de nuestras madres, y también a la responsabilidad de nuestros padres (no hay
hijo sin las dos figuras), muchos estamos aquí y pudimos recorrer un trecho irrepetible en la
aventura de la vida humana.
Ese trecho, más o menos largo, más o menos hermoso, tuvo para todos un mismo inicio: una
fecundación, a la que siguió una etapa inicial única, misteriosa, decisiva.
Hoy seguimos en camino porque, tras esos momentos iniciales irrepetibles, contamos con el
amor de muchas personas buenas. Sobre todo, con el amor de nuestras madres y de nuestros
padres. Y también con el amor de médicos, personal sanitario, educadores, y tantos hombres y
mujeres que nos acompañaron en diversas etapas de nuestro caminar terreno.